ANAYET


Todavía me asaltan en la memoria el día en que la roca rozaba mis dedos, subiendo por la vía de los balcones, y esa otra vez en que la cara norte invernal no nos lo puso muy fácil. Siempre me negué, no se por qué , a subir por el camino "normal". Ahora no me quedaba otra opción. O sí.  Tenía la opción de quedarme en casa, y seguir pudriendo mi alma, encerrado entre las cuatro paredes, entre las calles de asfalto y las farolas, y seguir compadeciéndome. La otra opción era moverme.
Los colegas, se van ha hacer la vía de los balcones, y en un último momento, y de rebote, me apunto a la comitiva.
 Pero no subiré escalando.
Hace dos meses ya, que una seria lesión, en el bíceps derecho, y una degeneración natural en los tendones de mi hombro, también el derecho, me recomiendan que comience a entender las cosas de otra manera. De momento, reposo absoluto.
Preparo mi mochila, con mimo.
 Nada de arnés, ni gatos, ni mosquetones de esos que tanto tintinean, ni casco ni cuerdas....Que vacía está mi mochila. La lleno de ganas, de querer salir del agujero, de motivación para subir el Anayet, andando, no pasa nada por no poder ser un marciano de esos que llegan a la cima por rutas distintas....
La alegría de los colegas,se contagia fácil. Y desde el corral de las mulas, o aparcamiento Anayet de la estación de Formigal, emprendemos el camino, con las últimas horas de la tarde.  Me cuesta horrores, dar los primeros pasos, después de dos meses sin hacer nada … Sufro como un perro que sufre, por la delgada senda que nos llevará hasta los ibones .
                             


Al llegar al paisaje conocido, la vista vuelve a ser espectacular, como siempre, un rincón precioso.
Buscamos un sitio para vivaquear, lejos de las tiendas de campaña, y de la gente que también ha llegado hasta aquí.
Tiramos las esterillas al suelo, y retozamos sobre ellas, buscando la piedra traidora que nos dará la noche. E inmediatamente después, nos cenamos los bocatas , y los regamos con una buena ducha de buen humor y muchas risas. Poco a poco, los cuerpos van cayendo en el sueño, y la luna, como un grandísimo foco, alumbra la pared, dándole una apariencia fantasmal.


Las horas, escasas, han pasado, y antes de la primera luz del amanecer, ya están los colegas componiendo el traje de baile, para pasar una bonita jornada danzando en la vertical.
No tengo prisa, hasta que levanten los pies del suelo, pasará un buen rato, y solo tengo que echarme la mochila al hombro. 




Y mientras ellos van por un lado, mis botas enfilan hacia otro. Hoy me siento mejor que ayer, y aunque el paso es lento, progreso con rapidez. La senda está muy marcada, y la mochila no pesa, tantos días parado, y ahora me paro en cualquier sitio, a sacar fotos, a ver las flores, a escuchar crecer las hierbas, a rozar tan solo con la punta de mis dedos, las rocas que aparecen por el camino. No tiene nada de malo andar, no tiene nada de malo subir una montaña andando, pero como añoro el otro camino. En apenas una hora, ya no puedo seguir subiendo, el mojón final de piedras amontonadas, me dice que ya está. Y me dedico a contemplar el paisaje, a contar y enumerar los montes que decoran el horizonte. Muchos de ellos, ya ascendidos, andando, y no pasa nada, pero sigo añorando. Sube mucha gente detrás de mi, es una cima muy popular, y sigo deleitándome con el paisaje. Buscando gritos conocidos, alguna voz reconocible, que me diga que todo va bien, que no hay problemas, y que escalan con fluidez, y así es...…. en tres horas una tras otra las dos cordadas, me dejan ver sus cascos recortados contra el vacío.