CANALES DE RUZKIA

 

                      


Cuantas veces las habíamos visto desde abajo. Todas las veces que fui, fuimos, estuvimos y les dábamos de lado.

Para los endurecidos corazones de alpinista, eran un sin más. Sin menospreciarlas, pero un pequeño accidente en el macizo de los alanos. Por fin, un día, llega una propuesta para subir por ellas. El agonizante club al que pertenezco, todavía tiene quien le siga metiendo aire en los pulmones. Siempre hay alguien que no quiere dejarlo morir, aunque la agonía se hace larga. A fuerza de jadear en las cuestas, le vamos a dar un poco de respiro.

No quieren subir por el valle ascendente que queda más a la izquierda, quieren tirar de frente, a meterle bien de metros de desnivel. Están fuertes, ¿están fuertes? es un paseo, con desnivel, pero un paseo. La cuesta no es amable, la cuesta es recia, y está congelada. Este anticiclón de invierno, ha endurecido aun mas si se puede, hasta las piedras.




En el corto espacio de tiempo en que los crampones pasan de la mochila a quedarse como pegados a las suelas de las botas, en ese espacio de tiempo en que todos reunidos respiran más calmados, meten un trago de café del termo al estómago, por que el agua fría la verdad no apetece, un plátano, unos frutos secos, que para eso son gourmets de las laderas. Ahora el paisaje que queda por arriba, cambia. De las piedras pasan a la nieve. Dura, muy dura. Las técnicas de cramponeo son muy útiles. Hay que subir seguros.

Los primeros pasos con los tacones, siempre son de afianzar el paso, luego estos ya son más fluidos, y la cuesta no cede. Una media ladera, les va llevando al que será el momento cima. No habrá cima hoy. Las fotos serán cuando salgan de las cicatrices al sol. Pequeños corredores entre los cuarenta y cinco, y casi los sesenta grados. Agarran fuerte los piolets, y clavan bien los pinchos de los pies para no perder el paso, y auparos por esa canal, hasta llegar al lomo, donde el sol cegará los ojos, donde se termina la subida.








Paisajazo se ha oído decir. No extraña la expresión. Un decorado distinto, ya que el punto de vista es el que importa. Caras risueñas, sudor bajo los cascos, y satisfacción general. Ahora pasear por las lomas hasta buscar el camino de bajada por el paso de Tatxeras. 

Podrían estar andando, por el pecho de un David inmenso de mármol. Tan perfecto, redondeado, duro, blanco...Apenas arañan las puntas de los pies, esta alfombra de nieve como el cemento pulido. Un espejo en el que reflejar los rayos del sol, buscando la salida.























MONCAYO


 Otra vez.

Otra vez y todas las que hagan falta.

Una montañita amable, con el desnivel que tu le quieras hacer.  Muchas posibilidades en sus laderas. En verano y en invierno. En primavera y en otoño.

Con el bosque lleno de vida y color. Con el bosque lleno de sombras refrescantes. Con el bosque alfombrado de ocres. Con el bosque helado.



Esta vez el bosque esta helado. Todavía no corre viento. Sabemos que más adelante si. No recorremos la vía normal, ni la vía del cucharón. Hacia Peña Nariz, por un camino desconocido para mi. Natxo, hace de guía. Conoce el camino y camina seguro de hacia donde va. El suelo esta bien cubierto de una capa de nieve, que hace que perdamos de vista las botas en cada paso.




 Nieve polvo que no dificulta el ritmo. Ritmo que disminuye subiendo al collado de Castilla donde el suelo nos va a enseñar una de sus caras más ásperas, más frías, donde la cencellada es la protagonista, dura como el diamante y donde nos encontramos con los primeros madrugadores que ya bajan, armados con crampones, que deben ser para roca, ya que bajo el hielo, las piedras duermen. 





Ya se echaba en falta el aire del Moncayo, asomaba tímidamente pero ahora es el protagonista. Entre el frío del suelo y el frío del cielo, anda desbocado el frío viento, amenazando con helar a los pobres montañeros que no tengan el equipo adecuado. 

Se hace larga la subida a la cima. La llegamos a comparar con la subida a Mont Blanc, desde las Roches Rouges  en la ruta de los cuatromiles. Sin nada que envidiar a los últimos metros de esa ruta, para llegar a la cima. Quizás la altura sea la diferencia. 






Ahora si hemos llegado al templo del frío. El viento juega a hacer banderas con el hielo y huimos buscando el calor para seguir hasta Lobera. Toda el camino cimero hasta donde parece que se quiere terminar, para con un quiebro adivinar entre la nieve el camino que desciende buscando el circo de Morca y el de San Gaudioso antes de llegar al santuario donde cambiamos el frío ambiental, por el calor de una buena cazuela de migas.