ALLUITZ - ANBOTO. A TODA CRESTA

 



Desafiando las leyes del sueño, partimos hacia el templo de escalada que es Atxarte.  El Karakorum Team, al completo. No tiene nada que ver lo que vamos a hacer, con lo que tenemos planeado, pero se trata de hacer una actividad no muy dura, y con la excusa quedarnos a comer, terminar de planificar la expedición.

La mañana pinta bien, quizás un poco demasiado húmeda, que con el calor ambiental, nos va a abrir los poros. Detox. 

Un breve paseo por el bosque nos lleva en volandas a afrontar unos 800 m. de desnivel sin interrupciones. Puesta a prueba de gemelos, cuadriceps, y demás músculos encargados de transportarnos, que van calentándose hasta hervir. 

Apenas una hora y cuarto de resoplidos, bocanadas, acelerones de corazón... Con el placer de notar las carreras, montes, bicicletadas, etc, en las que llevamos inmersos meses, cada uno a su manera, para poner la maquinaria a punto.

La temperatura ambiental ha crecido, casi a la misma velocidad que nos hemos crecido nosotros. 

Andar por la arista haciendo el funambulista, es divertido. Al llegar al paso del diablo, (vaya nombre), éste, el paso, el nuestro, se vuelve cauteloso. No es difícil el otro paso, el del diablo, el patio impone, las presas de los agarres son buenas, incluso con grandes manos, y ya está. 

La única "dificultad" y la entrecomillo, por que a mi no me lo parece, igual ya tengo el culo pelao de este tipo de pasos, pero creo que hay muchos pasos por ahí bastante más chungos, y no se dan tanto bombo con el nombre. El paso del diablo. Eso si, no te despistes nunca en ninguno de los pasos, ni de aristas, ni de caminar por la calle. Siempre habrá alguna mierda que no te puedes perder.




El paisaje invita a pensar que estamos en otro lugar. 

Estamos en el corazón de al lado de casa, subiendo montañitas modestas, con carácter, que pueden agriarte el día, pero que ahora estamos disfrutando. Gozando del día, de las vistas, de los amigos, del prado en las botas, de las lajas de roca, del equilibrio, del sube y baja, del agua cuando cae por la garganta. Uno tras otro, los metros de distancia, y los de desnivel, se van quedando atrás, y allí delante, ya casi al alcance de la mano, destaca el Anboto, como uno de los grandes del lugar y alrededores. Se adivinan pequeñas figuras en su cima, que se mueven como a cámara lenta. Será la distorsión de la distancia, que apenas es nada. Quizás la distorsión es de mi miopía. 

El camino "normal", está concurrido. Mucha gente asciende a este santuario de la montaña vasca. Una excursión relativamente sencilla para quitar las telarañas, o la resaca. Cada uno con su motivación. Desde aquí comienza el descenso. Rápido para unos, complicado para otros, pero la vanidad y el placer de haber llegado arriba, es un buen motivo para bajar. Incluso comerte el bocadillo de txistorra y la bota de vino.

De vuelta al valle, al templo de la escalada, quedan más sorpresas por descubrir. Los amigos de lo ajeno, se encargan de joder un bonito día de montaña. A partir de ese momento, todo es un intento de recuperar el tiempo invertido en procesos burocráticos, pero eso ya es otra historia.