Pico Tebarrai. 2916m.

 



Había estado pajareando por Etxauri y Peña Rueba y me dieron ganas de andar. Que va. Es mentira. Ya tenía la cita concertada con un par de buenos montañeros. A uno de ellos lo llamaron montañero de bien....

Y como siempre me ha gustado rodearme de buena gente de monte pues tira pa´lante.

Salimos de Casa de Piedra, el refugio del Balneario de Panticosa, antes, mucho antes de que pudiésemos vernos los pies. Tan solo los circulitos de luz que salen de nuestros frontales, nos adivinan el camino.

Estamos frescos, el sueño ha sido corto pero intenso, y a buen paso vamos ganando vueltas y revueltas siguiendo el GR. Poco antes de la cuesta  del fraile, ¿bendita? cuesta, las luces del amanecer hacen que el frontal sudado, pase al saco de la mochila. Un trago de agua, y adelante camino. 

Bajan suponemos que montañeros desde el refugio de Bachimaña, suponemos que ayer habrían estado por las alturas desde este punto, o quizás son de ese otro tipo de montañeros a los que les gusta pasar el fin de semana en un refuhotel. Y el domingo vuelta para casa. Después del refuhotel, ya no nos juntamos con nadie de frente. Las huellas, por miles, marcan la senda en la nieve dura, a esas horas de la mañana. El frío muerde cuando desabrigas alguna parte del cuerpo, pero ya hace mucho rato que vamos calientes.

 



La luz del día nos aporta grandes vistas, dentro de las murallas que tenemos a ambos lados. Los ibones azules tornan lentamente a blanco con el hielo azul de sus aguas. Alguno hasta se ha atrevido a poner sus huellas sobre la frágil capa. ¡Dementes!

La lujuria de caminar nos sigue aproximando al final, a pesar del viento helado, del calor corporal y de la intensa luz que nos invade desde arriba y desde abajo.

Al llegar al collado, el fuerte viento ralentiza nuestros pasos y la hermosa visión que llena las retinas, casi nos impide seguir adelante. La nieve sin pisar, sin huellas, dura como el mármol se extiende hasta la cima y pienso...

Si ya he estado allí muchas veces y el suelo no es el mejor para pisar, aunque tenga la técnica suficiente para llegar, si no voy ¿me esperará?

Desandamos el camino y disfrutamos del sol, a medida que vamos perdiendo cota el mundo se vuelve más amable. Gente en pantalón corto, y queriendo subir en veinte minutos, cruza nuestros pasos, preguntas descabelladas nos asaltan de los que vienen a los que vamos, y te quedas pensando de nuevo y te dices, ¿a donde van?, si es que ya no son horas, a la sombra la temperatura se cae, y esta gente así vestidos, es que han visto el sol y van a la playa.






Sendero límite. 300 m V+. Peña Rueba.

 



Andrés lleva como seis meses sin tocar roca. Está entre ese estado de ánimo, de animado y acojonado. Mira la pared de cuando en cuando mientras hacemos la aproximación. La conversación mientras es animada. Creo que mira con mucho cuidado desde el pie de vía hacia arriba, con mucho respeto. Pero no sale nada de su boca. Apretamos los arneses, y por mi parte comienza el baile vertical.

La otra vez que la hice, empalmé los dos primeros largos. Hoy vamos a ir de uno en uno. No tenemos prisa, quiero disfrutar de esta escalada sencilla, superchapada, y con unas vistas preciosas.



El primer largo cae. Solamente nos quedan nueve por delante hasta llegar al escape. Estoy dispuesto a hacerlos todos de primero, y dejar que vuelva a tomar consciencia de que se siente al escalar esta roca tan agradecida, y lo veo venir bastante contento.

Nos los vamos a turnar. Y así, como por arte de birlibirloque, a el le tocan los largos pares, y a mi los impares. No se arruga ante el primero de V+. Le tiemblan las piernas, no encuentra el camino, se para, piensa, lo vuelve a intentar un poco más a la derecha, da con el paso, sigue, resopla, vuelve a parar, mira, toca una piedra, la suelta, la vuelve a tocar, sube un pie, lo baja, lo vuelve a subir, remonta, respira, aprieta, vuelve a resoplar, sale de su boca un ¡atento!, vuelve a bajar el pie, busca nuevo pie, se sube, y poco a poco, va ganándole metros a la vertical, hasta llegar a la reunión.



La tensión de los primeros momentos, parece que se disipa, y largo a largo, va encontrándose más a gusto. Las horas vuelan. Trescientos metros de pared dan para mucho. Hacia la mitad de la vía, la roca ya es más tumbada, y la progresión es más fácil. El grado decrece a la vez que la sensación de vacío crece. Cada vez se ve más cerca el final, y empalmando los dos últimos largos, les damos respiro por fin a los pies.



Ahora los buitres vuelan por debajo de nosotros, pero no estamos arriba del todo. Hemos llegado al escape. Ya es suficiente por hoy, para que vas a sufrir más, si desde este punto, las expectativas están echas. Un buen rato en este lugar al sol nos relaja y nos da las ganas de bajar. Los Mallos de Riglos, aparecen en el horizonte, enmarcados por el macizo de monte perdido nevado, dándole un atractivo especial al paisaje. La ferrata de bajada, no es precisamente un camino de rosas, y aunque siempre es más fácil subir que bajar, con cuidado nos vamos de allí. Cadenas, sirgas, peldaños, senderos, nos dejan en la paz del suelo, y de camino de regreso, veo por el rabillo del ojo, como la satisfacción por lo escalado, se asienta.

 Un bonito día en un entorno muy chulo, y bien acompañados. El uno del otro.