Sendero límite. 300 m V+. Peña Rueba.

 



Andrés lleva como seis meses sin tocar roca. Está entre ese estado de ánimo, de animado y acojonado. Mira la pared de cuando en cuando mientras hacemos la aproximación. La conversación mientras es animada. Creo que mira con mucho cuidado desde el pie de vía hacia arriba, con mucho respeto. Pero no sale nada de su boca. Apretamos los arneses, y por mi parte comienza el baile vertical.

La otra vez que la hice, empalmé los dos primeros largos. Hoy vamos a ir de uno en uno. No tenemos prisa, quiero disfrutar de esta escalada sencilla, superchapada, y con unas vistas preciosas.



El primer largo cae. Solamente nos quedan nueve por delante hasta llegar al escape. Estoy dispuesto a hacerlos todos de primero, y dejar que vuelva a tomar consciencia de que se siente al escalar esta roca tan agradecida, y lo veo venir bastante contento.

Nos los vamos a turnar. Y así, como por arte de birlibirloque, a el le tocan los largos pares, y a mi los impares. No se arruga ante el primero de V+. Le tiemblan las piernas, no encuentra el camino, se para, piensa, lo vuelve a intentar un poco más a la derecha, da con el paso, sigue, resopla, vuelve a parar, mira, toca una piedra, la suelta, la vuelve a tocar, sube un pie, lo baja, lo vuelve a subir, remonta, respira, aprieta, vuelve a resoplar, sale de su boca un ¡atento!, vuelve a bajar el pie, busca nuevo pie, se sube, y poco a poco, va ganándole metros a la vertical, hasta llegar a la reunión.



La tensión de los primeros momentos, parece que se disipa, y largo a largo, va encontrándose más a gusto. Las horas vuelan. Trescientos metros de pared dan para mucho. Hacia la mitad de la vía, la roca ya es más tumbada, y la progresión es más fácil. El grado decrece a la vez que la sensación de vacío crece. Cada vez se ve más cerca el final, y empalmando los dos últimos largos, les damos respiro por fin a los pies.



Ahora los buitres vuelan por debajo de nosotros, pero no estamos arriba del todo. Hemos llegado al escape. Ya es suficiente por hoy, para que vas a sufrir más, si desde este punto, las expectativas están echas. Un buen rato en este lugar al sol nos relaja y nos da las ganas de bajar. Los Mallos de Riglos, aparecen en el horizonte, enmarcados por el macizo de monte perdido nevado, dándole un atractivo especial al paisaje. La ferrata de bajada, no es precisamente un camino de rosas, y aunque siempre es más fácil subir que bajar, con cuidado nos vamos de allí. Cadenas, sirgas, peldaños, senderos, nos dejan en la paz del suelo, y de camino de regreso, veo por el rabillo del ojo, como la satisfacción por lo escalado, se asienta.

 Un bonito día en un entorno muy chulo, y bien acompañados. El uno del otro.
















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