No fouquier. Midi dossau.

 


Al lado de la "normal" al Midi.

 Hay una vía que me lleva llamando la atención, desde hace mucho tiempo. Una clásica. La fouquier. Seiscientos metros de recorrido sin grandes apreturas, un solo paso de V, en la que indudablemente hay que saber navegar.

Decididos nos vamos hacia ella, a subirnos por sus pasos de IV cacharreando. Salimos del aparcamiento cuando todavía la única luz existente, es la de las frontales y los millones de estrellas que cuelgan sobre la negrura. Los ladridos de los perros pastores, nos avisan que no nos salgamos del camino. Casi es igual a la otra vez que iba a la sureste clásica. Cambia el objetivo y cambia el compañero. Txema, otro clásico como yo.

En hora y cuarto más o menos vemos como se empieza a desperezar el refugio de Pombie, donde los guardas se afanan en preparar desayunos a los huéspedes. Recogemos agua en la fuente y seguimos camino adelante.


Vamos buscando una entrada a este mar de roca cercano a la verticalidad, y no hallamos lo que marcan las reseñas, Quizás sea porque las legañas no nos dejan ver, o la escasa luz que todavía nos da el amanecer, no nos aclara la vista. Suponemos que es siempre con dirección a lo más fácil, y comenzamos a nadar en estilo libre por el mar de roca.

No es complicado. La protección es más difícil. Las grietas son ciegas, y los friends no entran. Los pasos no son complicados, pero el suelo cada vez está más lejos. Casi como caminar hacia arriba, sin pasamanos que te ayude o te guíe, hasta que una voz recia, fuerte, contundente, grita a mis espaldas que la vía Fouquier está unos treinta metros más a la izquierda. A la tuya o a la mía, es igual, los dos estamos mirando a la pared. Como castigados por algo que todavía no hemos hecho. 

Txema viene a mi encuentro. Se mueve todo dice, y puedo ver algún pelo erizado debajo del casco. La verdad es que después del anuncio de que no estamos en la línea, las travesías no han sido fáciles. Las fisuras son más ciegas si cabe que antes, y el suelo cada vez está más lejos. Subo otro largo de cuerda, intentando ver, intentando adivinar, intentando buscar un camino lógico a este deambular por la pared. Al final de la cuerda, no sé dónde estoy, no sé dónde montar reunión, no sé si continuar o bajar, o subir, o quedarme quieto. Encuentro una laja lo suficientemente grande como para montar una reunión en línea, y le pido a mi compa, que no se caiga. La precariedad está aflorando.




El descubre un clavo unos metros más a la izquierda, y le aseguro mientras va hacia él, y detrás voy yo. Ahora sí que decidimos que estamos perdidos en la inmensidad de la pared. Que lo lógico es tirar hacia adelante, siempre buscando lo más evidente y lo más fácil, pero la reunión de majaras, decide que lo mejor es bajarse de una forma segura, al suelo.

Así que montamos un rapel desde ese clavo, y otro que nos ha salido al paso, y deseamos encontrar algo que nos sirva para deslizarnos de espaldas setenta metros más abajo. Aventura mientras desciendo por la cuerda, buscando una estación donde apearme, y esperar a que vuelva a pasar otro tren. Esta estación está en una repisa, y después de gritar ¡libre! me dedico a recorrerla de una punta a otra buscando un nuevo tinglado que nos permita volver a sujetar las cuerdas y nos envíe una vez más hacia abajo. A buscar la paz del suelo. Un rato después ahí nos encontramos, mirando hacia arriba, viendo el sueño que no hemos podido realizar, pero con la satisfacción de una vez más haber sido autosuficientes, y haberle podido engañar a la gravedad. Y ponernos a salvo.