Keiservarden. 366 m. Bodo. Noruega.


        (No es esta la imagen de la montaña, esta imagen es parte del paisaje que se ve desde ella.)


Un poco más al norte del círculo polar ártico, se encuentra la ciudad de Bodo. En Noruega. La amiga Carlota vive allí desde hace casi un año, y aprovechando unos días libres, vamos de visita.

Los días son cortos, muy cortos, apenas unas cuatro horas de luz, en las cuales el sol no llega a asomarse por el horizonte. Se vive en un pequeño amanecer, anochecer, y una noche muy larga. Se hace muy curioso como reaccionan los cuerpos que no están acostumbrados. Aunque no hagas nada, te pide descanso. 

Decidimos subir al Keiservarden, para disfrutar de las vistas, y para eso hay que madrugar. No tanto, las noches son muy frías.  


El camino es muy sencillo. Una larga  pista helada, nos conduce hasta la cima. La última nieve caída, nos hace el paso más fácil. El amanecer nos acompaña iluminando el paisaje, con unos colores fríos, y tenemos suerte de que el viento no haga acto de presencia.





Una pequeña caseta y un vardeno real es lo que marca la cima en el que hay una placa en honor a la escalada que debió hacer un emperador Alemán allá por el año 1899. 





Los paisajes son impresionantes. El pueblo junto a la orilla del mar, las islas Lofoten al fondo, como flotando sobre las olas, los acantilados de los fiordos a cuchillo.



Un vaso de té caliente, reconfortante, escondidos en la caseta de tres paredes, coincidiendo con los lugareños que suben diariamente hasta aquí arriba, donde llegan y miran la temperatura en el ambiente, gracias a un termómetro colocado en el exterior y que nos anuncia -5º.




 Hay que apurarse en bajar. No es ya la temperatura, es el anochecer lo que nos lleva a volver los pasos si no queremos usar los frontales. Apenas es medio día, y un alce cruza el camino justo delante de nuestras narices, dejando tan solo sus huellas y su olor. Es más rápido que nuestro reflejo de sacar la cámara para inmortalizarlo.

 Una enorme bola de color naranja, se cuelga en medio del cielo. No calienta, no tiene rayos. La luna hace las veces de sol. Anochece de repente con toda la decoración, la luna y las estrellas lucen, y tan solo son las dos y media de la tarde.


                             






















Dos diablos en el corazón. 215 m./V . Peña Rueba

 



Dos diablos. Dos pobres diablos que se juntan para escalar. No mucha caña, que mi rodilla está pendiente de una resonancia, y tu espalda no termina de recuperarse. Una vía facilita donde no haya que exprimirse, donde no haya que sufrir, donde solamente se disfrute de lo de siempre, de la compañía, del sol, de la roca, del tintineo de mosquetones, del vuelo de los buitres, del paisaje, del tacto de la fría piedra, del roce de la cuerda, de la amistad, de las risas, del vértigo, de la verticalidad... son tantas cosas que apenas tengo palabras.

El viento nos acompaña todo el viaje, y parte de la noche. La furgo tiene literas, y yo no lo sabía. Un dragón ha dormido debajo de mi cama. Un buen desayuno con vistas y buena temperatura entre tres paredes y una gran cristalera. El viento se ha ido a dormir, vamos preparados para el frío y pasamos calor en la aproximación. El aparcamiento se va llenando de coches mientras comenzamos el viaje vertical. Una cordada a nuestra derecha, inicia su viaje particular. -¡Chavales, colaboramos en dejar constancia de la ascensión! ¡Si, luego nos pasamos las fotos! Vosotros a lo vuestro y nosotros a trepar, a disfrutar. 



Enseguida el patio trasero se hace enorme, y los ojos van viendo más allá. Uno tras otro, encabezamos los largos de cuerda. Los buitres hacen el macarra pasando muy cerca en sus vuelos, con ese siseo característico de cortar el aire con las plumas a pocos metros de la pared. Cuando escalas solamente los oyes, cuando aseguras dejas a tu compañero y los sigues con la mirada. No lo puedes evitar.


Muchas cordadas se acercan a las paredes en las que nos encontramos, a las cercanas, e incluso a las más lejanas. Peña Rueba es el destino de moda.  Con grados para todos los gustos, generosamente equipadas, para que el miedo quede a un lado. Escaladores noveles, y más veteranos en este arte de andar como las lagartijas, nos encontramos aquí. Caras conocidas, a pesar de la distancia vertical, sacan una sonrisa, y un grito de ánimo mientras sigues tu camino. En nuestro punto de salida, que coincide con los finales de otras rutas, nos juntamos con gente a la que nunca volveremos a ver, o sí, gente con la que hablas, compartes, y te ayudas si hace falta. 






La tarea se termina cuando estás abajo. Y el descenso no es difícil si sabes el camino, a pesar de eso se hace pesado. No puedes bajar la guardia. Vuelves a saludar a los amigos que siguen encaramados, esta vez es al revés, ahora estamos abajo y ellos arriba, y contemplas las numerosas cordadas, y las cuentas, y distingues las diferentes vías que has recorrido antes o tienes en mente recorrer. Hace mucho tiempo que ese diablo se metió en el corazón, y ahora parece que se ha metido otro. 



















Tierra de dragones.375 m. 6b. Peña Rueba

 



Es una pared descomunal, y desde aquí se ve muy vertical. Incluso el comienzo, que "comienza" con un 6a. La suerte está echada, como decía no sé quién. Ayer no se nos atragantó la mirada de Maite, y nos quedamos con hambre. Hambre de roca, que para eso hemos venido. Nos supieron a poco los trescientos treinta metros de ayer. Más grado, más larga, más cansados, las ganas intactas, como si fuera la primera. Tierra de dragones, el nombre se relame entre los labios. Para entrar en situación, la cordada de tres, la misma que ayer, cambia los nombres. Es divertido hacerlo, nos reímos un montón buscándolos. 

Dragón de Inkómodo.

Dragón Can.

Dragón Bol.

La festiva propuesta es aceptada con júbilo, y de nuevo sorteamos los largos. Dragón de Inkómodo, se lleva los unos, Dragón Can se lleva los doses, y Dragón bol se lleva los treses. Esto quiere decir que el uno hace los dos primeros, el dos los dos segundos y el tres los dos terceros. El uno los dos cuartos, el dos los dos quintos y el que queda para el tercero.

No me importa subir de paquete. Ayer ya apreté lo que me tocaba, y hoy voy a ir más tranquilo. 



No parece el grado de ayer, igual porque hoy estamos más entrenados, mas curtidos en este arte de subirnos por las paredes. Los gritos de ¡ánimo bicho! resuenan contra el enorme frontón, y parece que le dan alas al Dragón de Inkómodo que sube sin más. Los dos dragones restantes, le siguen también sin despeinarse. La temperatura al sol, es la óptima para escalar, aunque luce el sol, no pica. Todavía. Repite el siguiente largo, sin desordenes de cuerdas ni en la reunión ni en el desplegarla a lo largo de la pared. Le volvemos a seguir de igual manera. 

Dragón can se enfrenta a un largo de 6a+ y tampoco le hace ascos, progresa con facilidad y eso que decía que solo hacia quintos, para rematar su labor con otro de IV. El otro dragón tiene por delante un III+ y un V+. Sus pies empiezan a pedir piedad. Encerrados en los pies de gato, sufren. 





Acaban de pasar la mitad de la vía. Como gozan con la escalada. La tersura de la roca, que se deja acariciar, va haciendo los agarres más pequeños después del siguiente largo de V+. Entran en terreno de 6b y algunas guías le dan hasta 6b+. Sea como sea, Dragón de Inkómodo, se lo pelea valientemente, no sale volando como ayer el vuelo del alimoche, y si tiene que descansar, descansa. 

¿Quién dijo que hay que hacerlo sin parar?¿ Los puristas? Ellos no se meten en estas vías. No dan el grado.





La pared desploma inmisericorde, y pasito a pasito, agarre a agarre, va saliendo hacia arriba. El resto de dragones chilla entusiasmado, lo van a tener más fácil. Alguna gota de sudor fluye bajo el casco. Atado a la reunión y esperando al resto, el corazón comienza a apaciguarse, a controlar los latidos y a que la adrenalina vuelva a su estado normal. 

¡Largaco que te has currao!

¡Eres una bestia!

¡Muy guapo el largo!

¡Andas fuerte!

¡Lagartija de Inkómodo, más que dragón! 

Jabón al fin y al cabo. Mucho jabón para que se sienta más a gusto si se puede. El largo clave ha caído, y él se siente contento. El Dragón Can se pasea ahora por la pared, después del apretón. Tiene dos largos de V+, pero son de disfrute, de escalar más relajada, sin apreturas, volviendo la cabeza y disfrutando de la roca, del paisaje, de la suave brisa que corre, de la soledad del largo, de la compañía de la reunión. Ofrece el siguiente largo al otro dragón, pero este tiene los pies tan destrozados, que lo agradece, pero lo rechaza. Apenas puede apoyar los pies en el suelo. Busca las piedras más planas para apoyar, y parece como si anduviese sobre muñones. Un largo de IV es lo que le resta de las zapatillas, y del descanso. Un abrazo al final, en la cima, con el objetivo cumplido. 

Ya no asustan las vías donde pone 6b. Han sido capaces de pasar sin marranear, con calma, escalando tranquilos. Quizás no saben ni ellos mismos a que se pueden enfrentar. Se van acabando los miedos, no los respetos, e inician el descenso hacia los rápeles siguiendo los puntos verdes, con una gran sonrisa en sus caras.




















La mirada de Maite. 330m/6b. Peña Rueba

 


Mirándola desde abajo, impone. Algo menos si te apartas de la pared. Ese torreón anaranjado en el Mallo Estrella llama la atención, por lo vertical de su final, y lo "amable" de su comienzo. Ya la tenía echa hace algunos años, pero a causa de la insistencia, me decido de nuevo y esta vez, a diferencia de la otra vez que fui de paquete, intentaré liberar todos mis largos. Pájaro loco, Alimoche y Buitre. Así nos autodenominamos los tres integrantes de la cordada. Jesús, Miriam y yo, aunque no en el mismo orden. Sorteamos los largos, y me tocan los más duros, no me importa, al contrario, quiero probarme. II-V-IV+-IV-V-V-V-V-6a/+-6b/+-6a-IV.


El suelo se quedó allí abajo. Ganamos metros rápidamente en una escalada que no es difícil, es placentera. Los agarres son buenos, y las presas para pies abundan. Dos largos para cada cabeza de cuerda. Orden en las reuniones, buenas reuniones, y bastante cómodas para la muchedumbre de tres que subimos. Pero como somos tres pájaros, queremos volar, y llegar a lo más alto. Es el Alimoche quien inicia el vuelo, en el largo de 6a/+. Una piedra en la que su pie se apoya, decide que ya está bien de estar allí arriba, y se va bajo su peso, disparándose hacia el suelo, acompañada de un puñado de envidiosas y poniendo de los nervios a la cordada que tranquilamente viene detrás. Solamente ha sido un susto, para quien asegura, y quien lo ha visto en directo. Solamente un pequeño vuelo, en el que el Alimoche, casi ni se ha dado cuenta. Lo ve cuando le toca remontar.


Hay que emplearse a fondo yendo de primero para solventar el siguiente largo, por una buena roca anaranjada que tira para atrás, y que con maña, técnica y fuerza, también se queda bajo los gatos. Estamos a un par de pasos de salir por afuera, y llega otro bonito largo de seis a, en el que el patio ya es formidable. Y las vistas. A un paso de la foto cimera, con todo el trabajo hecho. Solamente queda descender, pero el camino es sencillo después de lo que hemos subido.

Un bonito día de montaña con unas temperaturas envidiables para las fechas que son, y un cielo azul que invita a seguir trepando.











Riglos. Mallo Colorao. Vía Anorexia, 115 m V


 

Es una de esas vías facilitas, dentro de la prudencia, que como paseo sirven para llegar a la cima del mallo colorao, y admirar desde otro punto de vista el paisaje circundante.

Una vía que en ningún momento se pone brava, que se deja escalar con tranquilidad. No olvides nunca, que anda en el V grado, y el patio se agranda a cada paso que das en la vertical.

Dos largos de IV y dos largos de V.

El acceso es bastante evidente, y el descenso, desde una sabina y en un único rapel hasta el suelo.

No fouquier. Midi dossau.

 


Al lado de la "normal" al Midi.

 Hay una vía que me lleva llamando la atención, desde hace mucho tiempo. Una clásica. La fouquier. Seiscientos metros de recorrido sin grandes apreturas, un solo paso de V, en la que indudablemente hay que saber navegar.

Decididos nos vamos hacia ella, a subirnos por sus pasos de IV cacharreando. Salimos del aparcamiento cuando todavía la única luz existente, es la de las frontales y los millones de estrellas que cuelgan sobre la negrura. Los ladridos de los perros pastores, nos avisan que no nos salgamos del camino. Casi es igual a la otra vez que iba a la sureste clásica. Cambia el objetivo y cambia el compañero. Txema, otro clásico como yo.

En hora y cuarto más o menos vemos como se empieza a desperezar el refugio de Pombie, donde los guardas se afanan en preparar desayunos a los huéspedes. Recogemos agua en la fuente y seguimos camino adelante.


Vamos buscando una entrada a este mar de roca cercano a la verticalidad, y no hallamos lo que marcan las reseñas, Quizás sea porque las legañas no nos dejan ver, o la escasa luz que todavía nos da el amanecer, no nos aclara la vista. Suponemos que es siempre con dirección a lo más fácil, y comenzamos a nadar en estilo libre por el mar de roca.

No es complicado. La protección es más difícil. Las grietas son ciegas, y los friends no entran. Los pasos no son complicados, pero el suelo cada vez está más lejos. Casi como caminar hacia arriba, sin pasamanos que te ayude o te guíe, hasta que una voz recia, fuerte, contundente, grita a mis espaldas que la vía Fouquier está unos treinta metros más a la izquierda. A la tuya o a la mía, es igual, los dos estamos mirando a la pared. Como castigados por algo que todavía no hemos hecho. 

Txema viene a mi encuentro. Se mueve todo dice, y puedo ver algún pelo erizado debajo del casco. La verdad es que después del anuncio de que no estamos en la línea, las travesías no han sido fáciles. Las fisuras son más ciegas si cabe que antes, y el suelo cada vez está más lejos. Subo otro largo de cuerda, intentando ver, intentando adivinar, intentando buscar un camino lógico a este deambular por la pared. Al final de la cuerda, no sé dónde estoy, no sé dónde montar reunión, no sé si continuar o bajar, o subir, o quedarme quieto. Encuentro una laja lo suficientemente grande como para montar una reunión en línea, y le pido a mi compa, que no se caiga. La precariedad está aflorando.




El descubre un clavo unos metros más a la izquierda, y le aseguro mientras va hacia él, y detrás voy yo. Ahora sí que decidimos que estamos perdidos en la inmensidad de la pared. Que lo lógico es tirar hacia adelante, siempre buscando lo más evidente y lo más fácil, pero la reunión de majaras, decide que lo mejor es bajarse de una forma segura, al suelo.

Así que montamos un rapel desde ese clavo, y otro que nos ha salido al paso, y deseamos encontrar algo que nos sirva para deslizarnos de espaldas setenta metros más abajo. Aventura mientras desciendo por la cuerda, buscando una estación donde apearme, y esperar a que vuelva a pasar otro tren. Esta estación está en una repisa, y después de gritar ¡libre! me dedico a recorrerla de una punta a otra buscando un nuevo tinglado que nos permita volver a sujetar las cuerdas y nos envíe una vez más hacia abajo. A buscar la paz del suelo. Un rato después ahí nos encontramos, mirando hacia arriba, viendo el sueño que no hemos podido realizar, pero con la satisfacción de una vez más haber sido autosuficientes, y haberle podido engañar a la gravedad. Y ponernos a salvo.

















Lac de Lhurs





 Una actividad que lleva mucho tiempo durmiendo en la carpeta de proyectos, ha despertado. Quizá sea ahora el momento de realizarla. Preparadas con mimo, las mochilas van llenas de friends, cintas, magnesio, mosquetones, cuerdas... Ilusiones. Por fin esa reseña, va a pasar de las pendientes, a las realizadas. Queriendo aprovechar las horas más frescas del día, o que cuando caliente el sol nos pille muy arriba con gran parte de la labor hecha, decidimos dormir cerca del pie de vía.  El suelo está empapado para vivaquear. Dentro del coche, la postura es incómoda. Uno dentro y otro fuera, dejan pasar las horas más oscuras. Pronto, demasiado pronto suenan las alarmas. Un desayuno nutritivo, y mochilas al hombro. 



La oscuridad da paso a la claridad, no a la vista. Las nubes han caído sobre el suelo, y caminamos como flotando entre ellas. La pista ancha impide salirse del camino, pero no deja verlo. Ascienden y ascienden los pasos, uno tras otro ganándole metros a la altura para no llegar al destino esperado. Habiendo dejado atrás la entrada, por no haberla visto. Los poros de la piel rezuman sudor empapando las ropas por dentro, y las nubes pegadas a la piel hacen lo mismo por fuera. El calor es a veces insoportable, el de dentro y el de fuera. En una parada, reponemos líquidos para volver a sacarlos en cuanto reanudamos la marcha. El poco paisaje que alcanzamos a ver, ha pasado de bosque a prados salpicados de roca, pequeñas, grandes, enormes. Un círculo de luz queda a nuestras espaldas, y el espectro de broquen lo estamos esperando al llegar a chapotear en las orillas del lago. Al levantar la vista, apenas quedan nubes por encima de nosotros, pero no es esto lo que queremos ver.



Vuelta atrás a buscar la puerta de entrada a lo que sí queremos encontrar. El camino sigue marcado de nuevo en el bosque, es imposible salirse. La cascajera que andábamos buscando aparece entre las nubes. Remontamos entre piedras sueltas que nos hacen retroceder más que avanzar, y a fuerza de piernas y equilibrio, las hierbas altas, empapadas por la niebla, empapan las zapatillas, los calcetines, los bajos de los pantalones absorben agua con avidez dándole más peso al que hace rato que porteamos. Desilusión es la palabra que se nos refleja en las caras. El objetivo se va a quedar de nuevo metido en el cajón. Con tanta agua en la roca, eso será una pista de patinaje, en la cual no apetece deslizarse. Aquí se queda a esperar los rayos del sol, y siempre tenemos tiempo para volver.

Te preguntarás donde está, donde hemos ido. El Lac de Luhrs está debajo de la cara norte de la Mesa de los tres reyes, partiendo desde Lescún. No te puedes perder, ni te lo puedes perder.











Aguja de Bachimaña. Espolón Edu D+ 250 m.

 



Tres patas pa un banco. Tres paquetes escalando. 
O no nos lo contamos todo, o no nos escuchamos. Dos suben todo el material, uno espera fresco a pie de vía. Desde el Balneario de Panticosa no se ve, pero sabemos que está ahí. La hemos visto otras veces cuando andurreábamos por los alrededores, siempre a la sombra de los más grandes, y al ser tan "pequeña" ni tan siquiera una mirada recibía. Desde el refugio de Bachimaña, si se ve, pero siempre teníamos aspiraciones más grandes. Tresmilear, y cuando ya están todos hechos, entonces empiezas a mirar alrededor. El petit Dru de Panticosa he oído. Quizás sea cierto que tenga alguna similitud con la famosa aguja, salvando las distancias.






El espolón Edu, 250 m. de escalada sostenida con un grado bajo. Muy disfrutona, sobre todo para ir aprendiendo a manejarse en el arte de "meter" friends. Y con los amigos empezamos a intentar recorrer esta montañita, una pila enorme de piedras superpuestas desafiando la gravedad, con la comodidad de no tener pasos expuestos ni espacios donde te puedas detener a algo más que a escalar. La cabeza trabaja liberada. Dos cordadas de supertortugas nos preceden. Han entrado por la original, pero para mi gusto, la cuerda roza demasiado. Se podría haber evitado con unas cintas generosas, pero chillan y gritan que no corre, que les pille el compañero, que recupere cuerda...
Entre esta entrada y la entrada norte, hay una especie de diedro canal, que es el que más me gusta, ya que discurre recto a la línea que dibuja el espolón, y por el me voy, por no esperar más, por ver quien grita al otro lado de la cuerda de la cordada que va delante.





Con los gatos de no escalar me voy para arriba, intentando disfrutar del sol que no calienta demasiado, y del tacto de la roca. Es un granito muy bueno, en el que la adherencia esta garantizada. Recorro los cincuenta metros aproximadamente del inicio del espolón, con ganas, casi demasiadas. 
¿ Por que estoy aquí?, por que no estoy en otro lado, por que me apetecía explorar esta vía, y aunque me resulta muy sencilla, quiero hacerla como primera toma de contacto con esta bonita aguja.
 Llego al emplazamiento de la reunión, que me la marca la cordada que va delante, y monto la mía, sin molestar, con friends. y voy a traer a mis compañeros. Tampoco les cuesta a ellos llegar hasta  donde estoy, y ya veo reflejada en sus caras, la satisfacción que les da recorrer el mismo camino que les he marcado. Reposamos este primer largo, dándole tiempo a la otra cordada a que se aleje. Dejando distancia. Hay un largo muy pequeñito, de transición, de II grado, que hacemos con la cuerda al hombro para colocarnos debajo, ahora si, del espolón. Por delante otros cuatro largos, que nos llevarán hasta arriba. Txema quiere, tiene ganas, y enseguida se nos pierde de vista. En la reu, mientras aseguramos y contemplamos el paisaje la conversación es animada.







Miguel también está deseoso , está valiente, y los siguientes dos largos se los disfruta de primero, como un chabalico con zapatos nuevos. Colocando los seguros donde estima conveniente, se hace estos casi últimos metros, con una gran sonrisa. Se nota que lo vive y lo goza. Al irnos recogiendo, aprovechamos los pasos mas verticales y con más patio, para darle un poco al postureo. Que suspiren las redes...






En el reparto de largos, Txema vuelve a pedir su turno, y de nuevo se va. Es el último de la vía. 
Que podíamos haber salido antes, pues si.
Que podíamos haber ido más rápidos, pues si.
Que no tenemos prisa, pues si.
Que la hemos disfrutado como si fuese la vía de nuestra vida, pues también.
Nos quedamos arriba, saboreando la brisa que corre, las vistas, el bocata, el trago de agua. Echamos unas risas, y vemos a las dos cordadas que teníamos delante, bajar ya por los destrepes. Buscamos la salida en este caos de piedras apiladas, y con cuidado descendemos de nuevo hasta la base. Una mochila se ha quedado allí, con lo que hemos pensado que no sería de utilidad. Un largo descenso hasta casa de piedra, nos hace sentir sed. Una jarra refrescante es la recompensa.