(No es esta la imagen de la montaña, esta imagen es parte del paisaje que se ve desde ella.)
Un poco más al norte del círculo polar ártico, se encuentra la ciudad de Bodo. En Noruega. La amiga Carlota vive allí desde hace casi un año, y aprovechando unos días libres, vamos de visita.
Los días son cortos, muy cortos, apenas unas cuatro horas de luz, en las cuales el sol no llega a asomarse por el horizonte. Se vive en un pequeño amanecer, anochecer, y una noche muy larga. Se hace muy curioso como reaccionan los cuerpos que no están acostumbrados. Aunque no hagas nada, te pide descanso.
Decidimos subir al Keiservarden, para disfrutar de las vistas, y para eso hay que madrugar. No tanto, las noches son muy frías.
El camino es muy sencillo. Una larga pista helada, nos conduce hasta la cima. La última nieve caída, nos hace el paso más fácil. El amanecer nos acompaña iluminando el paisaje, con unos colores fríos, y tenemos suerte de que el viento no haga acto de presencia.
Los paisajes son impresionantes. El pueblo junto a la orilla del mar, las islas Lofoten al fondo, como flotando sobre las olas, los acantilados de los fiordos a cuchillo.
Un vaso de té caliente, reconfortante, escondidos en la caseta de tres paredes, coincidiendo con los lugareños que suben diariamente hasta aquí arriba, donde llegan y miran la temperatura en el ambiente, gracias a un termómetro colocado en el exterior y que nos anuncia -5º.
Una enorme bola de color naranja, se cuelga en medio del cielo. No calienta, no tiene rayos. La luna hace las veces de sol. Anochece de repente con toda la decoración, la luna y las estrellas lucen, y tan solo son las dos y media de la tarde.
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