Dos diablos en el corazón. 215 m./V . Peña Rueba

 



Dos diablos. Dos pobres diablos que se juntan para escalar. No mucha caña, que mi rodilla está pendiente de una resonancia, y tu espalda no termina de recuperarse. Una vía facilita donde no haya que exprimirse, donde no haya que sufrir, donde solamente se disfrute de lo de siempre, de la compañía, del sol, de la roca, del tintineo de mosquetones, del vuelo de los buitres, del paisaje, del tacto de la fría piedra, del roce de la cuerda, de la amistad, de las risas, del vértigo, de la verticalidad... son tantas cosas que apenas tengo palabras.

El viento nos acompaña todo el viaje, y parte de la noche. La furgo tiene literas, y yo no lo sabía. Un dragón ha dormido debajo de mi cama. Un buen desayuno con vistas y buena temperatura entre tres paredes y una gran cristalera. El viento se ha ido a dormir, vamos preparados para el frío y pasamos calor en la aproximación. El aparcamiento se va llenando de coches mientras comenzamos el viaje vertical. Una cordada a nuestra derecha, inicia su viaje particular. -¡Chavales, colaboramos en dejar constancia de la ascensión! ¡Si, luego nos pasamos las fotos! Vosotros a lo vuestro y nosotros a trepar, a disfrutar. 



Enseguida el patio trasero se hace enorme, y los ojos van viendo más allá. Uno tras otro, encabezamos los largos de cuerda. Los buitres hacen el macarra pasando muy cerca en sus vuelos, con ese siseo característico de cortar el aire con las plumas a pocos metros de la pared. Cuando escalas solamente los oyes, cuando aseguras dejas a tu compañero y los sigues con la mirada. No lo puedes evitar.


Muchas cordadas se acercan a las paredes en las que nos encontramos, a las cercanas, e incluso a las más lejanas. Peña Rueba es el destino de moda.  Con grados para todos los gustos, generosamente equipadas, para que el miedo quede a un lado. Escaladores noveles, y más veteranos en este arte de andar como las lagartijas, nos encontramos aquí. Caras conocidas, a pesar de la distancia vertical, sacan una sonrisa, y un grito de ánimo mientras sigues tu camino. En nuestro punto de salida, que coincide con los finales de otras rutas, nos juntamos con gente a la que nunca volveremos a ver, o sí, gente con la que hablas, compartes, y te ayudas si hace falta. 






La tarea se termina cuando estás abajo. Y el descenso no es difícil si sabes el camino, a pesar de eso se hace pesado. No puedes bajar la guardia. Vuelves a saludar a los amigos que siguen encaramados, esta vez es al revés, ahora estamos abajo y ellos arriba, y contemplas las numerosas cordadas, y las cuentas, y distingues las diferentes vías que has recorrido antes o tienes en mente recorrer. Hace mucho tiempo que ese diablo se metió en el corazón, y ahora parece que se ha metido otro.