Así seguimos, a buen paso hasta una casa rodeada por una cerca, a partir de la cual nos meteremos en el bosque. - ¡La huella esta echa, la huella esta echa....! Por ella nos vamos, como si de una excursión se tratase, de una de esas organizadas en las que no te preocupas más que de andar y andar, reírte con alguno y resoplar cuando la cuesta pica. Pero no es el caso. La huella que seguimos no es la que necesitamos para meternos al fondo de la torrentera dormida. Toca volver algunos pasos, bastantes, y comenzar a jabalinear por la izquierda del torrente. La nieve nos abraza hasta la mitad del muslo. El trabajo siempre es por los más decididos, y siempre hay alguien que se deja llevar por la comodidad de la huella ya pisada. Nunca pide relevo. No se gasta. Pero las ganas pueden con todo, hasta que en el fondo, muy al fondo aparece una lengua de hielo cayendo encajonada por la ladera. Por fin la vemos, y sentimos el aire frío que produce. Es ahora cuando nos vestimos de escaladores y con dos miradas fugaces, sabemos quien le va a meter el primero. Yo te aseguro.
Cuando estas enfrentado a semejante mole de hielo, cuando ese hielo lo tienes a un palmo de tus narices, no es fácil dar con el camino correcto, así que tu hermano de cuerda, quien está unido literalmente a ti, es quien te va dando las oportunas indicaciones para que tu camino sea lo más seguro posible. -¡ Mete un tornillo por ahí, cuando encuentres un buen sitio ... ¡Tío mete algo!...Vete un poco más a la derecha, bien bien, vamos bicho, que ya es tuya...
Los cascotes de hielo recién picados, te hacen variar la zona de aseguramiento a cada instante. Pasos para arriba, abajo, izquierda, y aun así, en este lugar tan angosto, no estás a salvo de unas buenas pedradas.
El compañero entra en una zona delicada. El hielo está hueco, y una buena cantidad de agua corre debajo de este. El sonido al golpear los piolets, es como una campana tañendo a muerto. Hay que golpear con mucho tiento para no romper esta maravilla de la naturaleza, tan frágil y tan fuerte a la vez. Por suerte la reunión está montada con unas buenas argollas desde las que bajarnos al suelo. A partir de aquí, son escaladas sin compromiso apenas, con el cordón umbilical desde arriba, donde sabes que si te caes tan solo la elasticidad de la cuerda es lo que te va a llamar la gravedad.
La escalamos sin misericordia, por un lado y por el otro, hasta que volvemos a reventar los antebrazos en este continuo picar hielo. Para eso hemos venido, para eso hemos madrugado, para eso estamos aquí. Para escalar estas torrenteras dormidas. El día va perdiendo luz cuando retornamos al coche. Incluso ha habido que echar mano de técnicas de rapel de antes, de hace muchos años, de los pioneros. De nuevo por las pistas, con cuidado de no destrozarlas comentando las jugadas más relevantes del día. A gusto con nosotros mismos por haber tachado otra cascada. Es al final de la pista cuando nos sale al paso desde una caseta, una persona que nos grita algo en francés. Ponemos cara de bobos, y le miramos sin decir nada. Pregunta algo y seguimos con cara de bobos, hasta que nos deja por imposibles. Seguimos nuestro camino, y cuando no nos ve ni nos oye nos reímos por que todos le hemos entendido.
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