Cuatro horas de aproximación para enfrentarnos con una clásica pirenaica de las buenas.
Al lado del Aneto, tan frecuentemente asaltado por montañeros viejos , montañeros nuevos, aficionados a la montaña, domingueros y tuercebotas. Si buscamos por sus rincones, encontramos en uno de sus cordales algunas montañas muy bonitas sin tanta aureola de altura que buscan un poco mas de dificultad, de esa que te hace crecer como alpinista.
Hace unos años, pisé la cima de Margalida recorriendo una de esas preciosas aristas que llegan hasta el más grande. No el más bonito. Para mi entender.
Hoy surge la posibilidad de subir de nuevo a Margalida pero por una ruta diferente, más alpina, más difícil, más precaria dependiendo de las condiciones, no siempre buenas.
La marcha de aproximación es larga, pero las ganas son mas fuertes. Es muy larga. Cuatro horas de perseguir un deseo, que quizás se caiga por su peso, a pesar de las indagaciones de las condiciones que llevamos días siguiendo. Aneto nos muestra orgulloso su manto de nieve sobre su glaciar, al que casi llegamos a tocar con las manos mientras nos vamos hacia su espalda, hacia ese brazo de roca que alberga el corredor. De lejos, de todavía muy lejos, ya se ve. Esa línea casi vertical en la que desde tan lejos intuimos una cordada peleando con la gravedad.
Paso a paso, con tan solo el sonido de las botas contra la nieve endurecida como el cemento, ascendemos la última pala que nos lleva al cono de entrada, y donde otra cordada espera a entrar. Apenas a cien metros deciden subir, y nos parece que vamos a esperar un buen rato.
No hay prisa. Si dos cordadas delante nuestra lo están haciendo quiere decir que las condiciones son buenas. ¡BIEN!
Los últimos en entrar, trastean después del cono. Suben y bajan, bajan y suben...
Hasta que bajan.
Hablan no se que de una pierna atascada entre sus músculos, que el hielo, que la nieve, que quizás, que no se que...
Es nuestro turno. Ramón sube como un cohete. Está con ganas, al igual que Luis, al igual que Javier. La fatiga de la aproximación ha desaparecido. Escalar hielo a finales de Mayo no es muy normal, y como nos va la marcha....
El pasillo vertical se deja hacer, con nieve prensada, con hielo pirenaico, con nieve corcho... La roca acaricia el casco en los estrechamientos, los brazos casi no dan de si en la salida del resalte, los pies deben subir un poco mas altos por que si no no das el paso. Las cuerdas se deslizan por la pendiente. Las reuniones son estrechas, incómodas, casi colgadas... Tres tíos suspendidos en una anilla es mucho tensionar, y hay que hacer ballet sobre las puntas de los crampones para mantenerse dignamente calentando los gemelos que ya vienen a gusto.
Esto es alpinismo del bueno.
Donde se comparten las escaladas, los cabos de la cuerda, la camaradería, las risas, el esfuerzo, el sudor.
Y es aquí donde las dos cordadas se juntan. Unos van muy deprisa, y otros van muy despacio.
Unos rapelaremos el corredor para volver por donde hemos venido, y otros no podrán ya rapelar y tendrán que salir por arriba y de paso subirán al Aneto que dicen que no lo tienen hecho.
Y ya está.
Un nuevo deseo que cae al cajón de los objetivos cumplidos. Al cajón de los recuerdos. Ahora toca dar la vuelta al camino, desandar lo andado con una nieve blanda, pegajosa y volver al origen. Todavía no sabemos que el día de hoy nos va a brindar una buena calcetinada de 21 km, con 12 horas de actividad, más de 1800 m de desnivel, y al final unas cervezas frías como recompensa.