Pico Margalida 3.241 m. Corredor norte 235 m. MD 75º M4

 




Cuatro horas de aproximación para enfrentarnos con una clásica pirenaica de las buenas.

 Al lado del Aneto, tan frecuentemente asaltado por montañeros viejos , montañeros nuevos, aficionados a la montaña, domingueros y tuercebotas. Si buscamos por sus rincones, encontramos en uno de sus cordales algunas montañas muy bonitas sin tanta aureola de altura que buscan un poco mas de dificultad, de esa que te hace crecer como alpinista.

Hace unos años, pisé la cima de Margalida recorriendo una de esas preciosas aristas que llegan hasta el más grande. No el más bonito. Para mi entender.

Hoy surge la posibilidad de subir de nuevo a Margalida pero por una ruta diferente, más alpina, más difícil, más precaria dependiendo de las condiciones, no siempre buenas. 



La marcha de aproximación es larga, pero las ganas son mas fuertes. Es muy larga. Cuatro horas de perseguir un deseo, que quizás se caiga por su peso, a pesar de las indagaciones de las condiciones que llevamos días siguiendo. Aneto nos muestra orgulloso su manto de nieve sobre su glaciar, al que casi llegamos a tocar con las manos mientras nos vamos hacia su espalda, hacia ese brazo de roca que alberga el corredor. De lejos, de todavía muy lejos, ya se ve. Esa línea casi vertical en la que desde tan lejos intuimos una cordada peleando con la gravedad.

Paso a paso, con tan solo el sonido de las botas contra la nieve endurecida como el cemento, ascendemos la última pala que nos lleva al cono de entrada, y donde otra cordada espera a entrar. Apenas a cien metros deciden subir, y nos parece que vamos a esperar un buen rato.

 No hay prisa. Si dos cordadas delante nuestra lo están haciendo quiere decir que las condiciones son buenas. ¡BIEN!



Los últimos en entrar, trastean después del cono. Suben y bajan, bajan y suben...

Hasta que bajan.

 Hablan no se que de una pierna atascada entre sus músculos, que el hielo, que la nieve, que quizás, que no se que...

Es nuestro turno. Ramón sube como un cohete. Está con ganas, al igual que Luis, al igual que Javier. La fatiga de la aproximación ha desaparecido. Escalar hielo a finales de Mayo no es muy normal, y como nos va la marcha....

El pasillo vertical se deja hacer, con nieve prensada, con hielo pirenaico, con nieve corcho... La roca acaricia el casco en los estrechamientos, los brazos casi no dan de si en la salida del resalte, los pies deben subir un poco mas altos por que si no no das el paso. Las cuerdas se deslizan por la pendiente. Las reuniones son estrechas, incómodas, casi colgadas... Tres tíos suspendidos en una anilla es mucho tensionar, y hay que hacer ballet sobre las puntas de los crampones para mantenerse dignamente calentando los gemelos que ya vienen a gusto.

Esto es alpinismo del bueno. 

Donde se comparten las escaladas, los cabos de la cuerda, la camaradería, las risas, el esfuerzo, el sudor.


Y es aquí donde las dos cordadas se juntan. Unos van muy deprisa, y otros van muy despacio.

Unos rapelaremos el corredor para volver por donde hemos venido, y otros no podrán ya rapelar y tendrán que salir por arriba y de paso subirán al Aneto que dicen que no lo tienen hecho.

Y ya está.

Un nuevo deseo que cae al cajón de los objetivos cumplidos. Al cajón de los recuerdos. Ahora toca dar la vuelta al camino, desandar lo andado con una nieve blanda, pegajosa y volver al origen. Todavía no sabemos que el día de hoy nos va a brindar una buena calcetinada de 21 km, con 12 horas de actividad, más de 1800  m de desnivel, y al final unas cervezas frías como recompensa.






























































Txurregi (1128m.)





 - ¿Cuánto tiempo hace que no salimos juntos al monte?

- Ni sé..... He perdido la cuenta....Muchos, muchos años...

Las taras del pasado han conseguido que las superemos al hacernos viejos, y que podamos disfrutar de nuestra mutua compañía llegado este momento.

- ¿Txurregi?

- ¿Por que no?.... tu no lo tienes hecho, y yo lo he subido cincuenta mil veces....

- Desde Ekai..... una nueva ruta para los dos.

- La previsión da agua en un 40% hacia medio día...

- ¡Vamos!




Aunque el cielo está gris plomizo, arrancamos con ganas por la senda marcada. Las rodadas de tractor afean el recorrido obligándonos a hacer funambulismos para no caer al barro. La cuesta no es pesada, y en animada charla vamos subiendo... Tenemos tanto que contarnos...
La llegada al collado que separa Gaztelu de Txurregi, nos recibe con viento, como no podía ser de otra manera. Nada que no hayamos sentido antes. Y Gaztelu nos invita a meternos en sus laderas.




Lo dejamos para más tarde, cuando bajemos de uno con la inercia subiremos el otro. Y encaramos la última cuesta, la que pica un poco.
Es aproximadamente cuando nos queda un cuarto de esta, cuando las primeras gotas de agua comienzan a romper en las mochilas. Las miradas se encuentran mientras llueve con ganas y sigue arreciando. No hace falta hablar, el camino ahora es hacia abajo. Volvemos las botas, y con cuidado de no patinar, descendemos mientras la torrencial lluvia nos va calando. Hasta que... de repente para. Ya no llueve. De nuevo las miradas se vuelven a juntar, y retomamos la subida.
- ¡Que frikis que somos...!
Se rehace el camino perdido, y se llega al paso que da acceso a la cima casi plana. Casi se hiela la vista. Una nueva tormenta viene hacia donde estamos, pero parece que aún tardará un rato en llegar. Seguimos hacia el buzón.

El cielo está partido en dos, y parece que por esa rendija que queda en el medio se cuela un huracán.
Nos empuja hacia la arista, parece que para querer tirarnos por el otro lado. Viene corriendo por toda la ladera, y nos arrastra hacia arriba. Descendemos algunos metros para poder andar mas tranquilos, y nos vuelve a elevar. No sabemos de velocidades, pero este aire debe correr a muchos kilómetros por hora. No llegamos al buzón. Lo tenemos al alcance de la mano, pero tememos que si nos acercamos más, hagamos un vuelo hasta el punto de partida. Tal es la fuerza del viento. Dejándolo para otro día, estamos seguros que no se va a mover, desandamos el camino y nos vamos para abajo por nuestros propios medios.



Y de nuevo comienza a llover. Con más fuerza que antes. Acompañado de un fuerte granizo, que golpea las capuchas ya húmedas de antes, y las vuelve a empapar. Un rayo golpea el suelo apenas a doscientos metros de donde estamos y seguido el trueno que nos confirma que estamos en el medio de esta tormenta. Apuramos un poco más el paso, por lo menos hasta llegar a los árboles, donde se supone que estaremos un poco más protegidos de los rayos, y desandamos el mismo camino que hicimos a la subida. Por fin el sendero queda atrás, y vuelve a parar de llover. El camino castigado por las ruedas nos confirma que vamos bien y el funambulismo se deja querer.
Pero todavía nos va a caer otra vez el final del diluvio. Ahora abrimos los paraguas como para decir que ya no nos importa que llueva, pero que vamos preparados. Calados hasta los calzoncillos, terminamos nuestra vuelta, empapados pero contentos. Las risas no han faltado en ningún momento, aunque ha habido algún rato de estrés, pero eso ya ha quedado atrás.
Vamos a comer, y a festejar con una cerveza, que hace aproximadamente treinta años que no salíamos juntos al monte.