Casi enterrados en nieve, a pesar de las tablas, llegamos a la base. Nos vestimos para el baile, y comienzo la bonita tarea de subirme por ella. Pronto me doy cuenta que no va a ser sencillo. La verticalidad no es mucha, pero bajo este hielo hay mucho aire. Los tornillos, entran en una capa de unos dos centímetros, y debajo no hay nada que les haga morder. Si golpeo un poco más fuerte el piolet, este rompe el hielo y se hunde hasta la cruz. Los pelos se me van poniendo de punta.
Como la escalada no es difícil, sigo ganándole metros. Pincho el hielo, sacándole platos, y encuentro un buen lugar para poner un seguro. Al parecer hay bastante capa de hielo, así que saco uno de los rápidos, y lo voy roscando. El hielo se queja, pero no hay piedad, lo voy metiendo. Una especie de serrín sale por el tubo central, a veces, otras corre endiablado por la velocidad de la manivela, hasta que poco antes de llegar hasta la oreja, vuelve a morder unos centímetros, y con eso me conformo. La cabeza se da un respiro, y mis músculos algo se relajan. Un poco.
Voy buscando lo más compacto, por eso de que los pies no se cuelen dentro, y mis golpes me llevan hacia una reunión que veo por encima de mi cabeza como a unos tres metros. Intento que no me pueda el ansia por llegar y respiro hondo.
Me auto animo, e intento relajar la cabeza.
El pensamiento tiene que estar en escalar, no en correr.
Llamo a mi compañero, y más tranquilo y disfrutando, llega hasta mi altura. El viento viene a visitar esta parte de la montaña, y se hace acompañar del polvo de la nieve, al que arrastra. Pequeñas coladas de nieve polvo se nos quieren colar por el cuello de las chaquetas, así que tenemos que cubrirnos bien para evitar un chorro de nieve por la espalda.
Arranco el segundo largo. Un poco de campa de nieve y un resalte vertical. que observo y leo que en dos o tres pioletazos puedo superar. Al mirar para arriba, el polvo arrastrado por el aire, se pega a los cristales de las gafas. Son las gafas de ver.
Limpio como puedo con la manga los cristales, y una nueva colada, golpea mi cara. Los cristales se vuelven a llenar de nieve. Clavo con el piolet derecho, e intento con el guante volverlos a limpiar, pero esa nieve se ha solidificado, y no la puedo arrastrar del cristal, con lo cual mi visión es casi nula. Intento mirar por encima de los cristales congelados, y el viento me regala con más cristales diminutos, pero en manifestación. Ahora ya no veo ni mi objetivo.
Mi compañero de cordada, sigue mis movimientos con atención, y me pregunta que me ocurre.
- ¡Ni te lo pienses! -
El destrepe no es difícil, y al llegar a la reunión, me quito el antifaz helado, y preparamos el rapel.
El tiempo ha pasado muy rápido, sin darnos cuenta. Apenas hemos escalado cuarenta metros de hielo. Las casi dos horas de aproximación, la hora y media larga de bajada, aparte del viaje de ida y el de vuelta casi nos obligan a llegar a casa de noche.
Ha sido una placentera experiencia de combinar esquí de montaña con escalada en hielo. Ha sido un bonito día de montaña.
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