Siguiendo la tónica, de un fin de semana lleno de actividad, y despues de un día de escalada... un barranco.
El agua me agobia. No soy un gran nadador, sin más me defiendo, pero... Cuando toca pelear con una cascada que te cae encima, sin saber donde vas a apoyar los pies al llegar abajo, que lo mismo te toca salir nadando, sin haber quitado la cuerda del ocho, despues de rapelar, y rapelar, sin soltar las manos de la cuerda, patinando y dándote costalazos contra la roca resbaladiza, me pone a prueba la sangre fria.
Y si no la tengo fria, se me enfria. Un agradable paseo, entre arboles,
por la orilla de un riachuelo, que con sus pozas, y sus saltos, se va
encañonando. Entonces se pone divertido. Rápeles, con el agua
golpeándote el casco, con toda su fuerza, sintiendo como te empuja hacia
abajo.
Evitando ese arbol empotrado, en el curso de tu avance. Intentando que mis zapatillas, no me la vuelvan a jugar, y vuelva a dar con mis huesos en el suelo. Luchando por mantener el equilibrio, colgando de la cuerda, para no caer en ese rebufo...Gozando al recorrer ese tobogan divertido.
Todo tiene un principio, y todo acaba. El último paso espectacular. Sobre el agua transparente y turquesa, un trampolín con un bloque empotrado, que invita a saltar sobre la tranquilidad del agua. Tendo los dedos de las manos, a punto de soltar escamas. Se que el agua no es lo mio, pero me lo he pasado....
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