L'EAU L´EAU. 300m III/4 IZAS. CANFRANC

 


Se durmió el agua en su incesante caída hacia el valle. De ese sueño nos aprovechamos muchos fanáticos del agua congelada. 

Recuerdo hace muchos años, cuando intentaba darle una vuelta más de tuerca al alpinista que dormía dentro de mi mente, que junto a dos buenos amigos, intentamos subirnos por aquel planchón de hielo  que mirábamos atemorizados desde abajo. No superamos el primer largo de cuerda. No pasamos de la primera reunión. Mucho rato estuvimos jugando sin ni tan siquiera llegar hasta ella. Probablemente, aquellas vueltas de tuerca a la dificultad, sirvieron para poder intentar llegar hoy hasta su nacimiento.

Hay cordadas por delante. Casi siempre hay cordadas por delante. Lo sabemos y no vamos a madrugar. Recuerdo entonces, hace muchos años, que bajando casi de noche después de una larga jornada de jugar en el hielo, subían cordadas a vivaquear al pie de la cascada. Hasta seis cordadas contamos en lo que nos costó llegar al coche. Todas preguntaban si eran los primeros...

Dejamos que la cordada anterior suba, y se aleje del suelo. Una cascada de hielo, por muy cuidadoso que sea el que va delante, es un tobogán donde todo lo que se cae, va a parar a tu casco, a tus hombros, o a tu cara en el peor de los casos.

Dejamos que se alejen, y cuando ya desde el pie de vía no se les ve, ni se les oye, ni aparentemente cae nada, entonces es cuando decidimos vestirnos para la danza vertical que viene a continuación.



Txema es un clásico. Botas verdes de esquí, para alcanzar la rigidez necesaria. Crampones monopunta, piolets tuneados...materiales que harían las delicias de cualquier museo de la montaña y el alpinismo, son con los que se va a pelear el primer largo. Una sucesión de gradas, entre los sesenta y los ochenta grados de inclinación, que se va a ir negociando sin prisa y sin pausa. Con la calma, y los nervios a flor de piel, pero sin dar la sensación recorre los primeros metros.

La segunda tirada, me toca. Un goulotte estrecha sin apenas hielo, difícil de proteger, donde vas pensando si subo un metro, caeré dos mas, con el cuerpo casi encajado y apoyando prácticamente un pie, el derecho, ya que el izquierdo sale a la roca y esta está pulida. Para esto dimos tantas vueltas de tuerca, para estas ocasiones, y hablando conmigo y silbando por espantar los miedos, gano metros hasta la reunión.






Asier clava los piolets, sonríe y sigue remontando. Es la tercera tirada. Una plancha de hielo compacto que le lleva a una reunión incómoda, casi colgada donde nos recoge. Aprovechando que me he puesto en el sitio correcto para salir el primero de la reunión, subo el mejor largo, para mi, de toda la cascada.

Sesenta metros de placer en hielo sorbete, estalladizo, coliflores, hielo cristal, aguado...en fin, casi todas las calidades del hielo solo para mi, con un patio considerable. Un largo muy disfrutón me dice Txema. Vaya largo más chulo, comenta Asier.


Una pequeña chimenea y salimos a una campa para afrontar el último largo. Una pared de unos ochenta metros, con un planchón de hielo enorme.

Txema se va mientras esperamos a que complete su recorrido. En el pequeño transcurso de tiempo, la cascada cobra vida, despierta. Habíamos visco correr agua por debajo del hielo en algún punto. De repente, es por toda la superficie que nos alcanza la vista. El agua a despertado y corre por todos los lados. Empapa las cuerdas, empapa nuestras ropas, empapa los guantes, gritamos como descosidos para que termine cuanto antes. Literalmente nos bañamos en agua fría. Muy fría.

Alcanzamos a la cordada que va por delante. Ya ni contamos las veces que hemos parado los cascotes de hielo con el casco.

 Cascotes... casco....


                     


Uno grande como una zapatilla, ha fijado su dirección en la mano de Txema, a la que golpea sin miramientos, y de rebote, impacta contra mi nariz y se pierde cascada abajo. El dolor es muy intenso, pero realmente me preocupo cuando comienzo a teñir de rojo el suelo helado de la reunión. Una mano inflamada, y una nariz hinchada y sangrante, dejan todas las opciones a Asier de salir por arriba. Tiene que montar reunión un poco por encima de la mitad, con tres tornillos, colgarnos los tres de ellos, y volver a salir hacia arriba. Dos largos seguidos, con el consiguiente jaleo de cuerdas, que entre gota y gota de sangre, y a medias con una mano dolorida, solventamos. Solamente me quedan ganas de salir de allí. Escalo como poseído, y si respiro por la nariz, salen burbujas rojas. Llego a la reunión, y sigo en lo que debería ser el último largo, que veo fácil y decido salir en libre, sin seguros, con la cuerda floja. Ya termina la cascada, la sangre ha parado, y mis compañeros están a punto de llegar a mi altura. Les aseguro desde un frondoso pino, y solamente queda la vuelta hasta el coche.


                                    



                                       



                                                                



                                                                   















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