Pico la Cruz. 2.192 m. Mampodre. Maraña. León

 



Salgo de escalar a orillas del Mediterráneo, y llego hasta Maraña.
Quiero visitar a mis buenos amigos del albergue La Parada, Carolina y Anselmo. 
Tengo un par de días antes de cumplir con una obligación en Valladolid con la buena gente del club Extraperlo. Prácticamente recorro media península. 

Llegado a Maraña, quise pasear por la Polinosa, sin agobios, sin enfangarme mucho en en la nieve, que seguro me encontraré, y Anselmo cambió mis planes. Vamos al pico la Cruz, mañana, que hace mejor tiempo.




Desayunamos tranquilos, sin prisa terminamos las mochilas. Voy de prestado, ya que no tengo ni piolet ni crampones ni guantes, pero todo entra en la mochila. El día es agradable al salir del albergue, y así creemos que va a estar el resto de la excursión.

 

Un riachuelo desbordado, nos obliga a hacer funambulismos sobre las piedras para no manchar de barro las botas. Algún nevero muy abajo de la montaña ya nos viene a contar lo que habrá más arriba. Nieve hasta las ingles.

 




Desechamos la idea de llegar hasta el fondo del valle, y nos vamos hacia la arista, donde la acumulación será menor, pero a cambio no tendremos el abrigo quedando expuestos al aire. 
Nos lo pasamos como niños con zapatos nuevos mientras el viento, que no es aire, que es viento, juega a querer tirarnos al suelo. La nieve se va convirtiendo en un frágil verglás, al que hay que patear para romper la capa de hielo, y volver a pisar nieve. Las caras nos lo dicen todo el uno al otro. La sonrisa por lo agradable de la situación indica que nos divertimos. La nube a nuestro alrededor nos impide la visión hacia el horizonte, es más, nos deja como mucho una docena de metros de visibilidad.




 En la cima estamos apenas un momento. No hay visión, y hay que encontrar el descenso. Por supuesto no vamos a volver por el mismo camino. Bajaremos por el valle del silencio mediante un rapel de 35 m. en invierno.

Al principio despista un poco. Hay mucha acumulación de nieve en esta cara de la montaña, y tenemos que andar con cuidado. El piolet ha pasado de ir colgado de la mochila, a trabajar eficazmente en nuestra mano.

Las palas son muy empinadas, y marchamos a cierta distancia para que, en caso de que se vaya la nieve, al menos uno quede fuera. Llegamos al punto de rapel, y tenemos una buena instalación. 

¿Quién habrá subido hasta aquí a colocarla?

 Lo dicho, 35 m. medidos hasta volver a tocar nieve. Si hay mucha, menos metros, si hay poca, mas metros.

La laguna del Mampodre, está preciosa toda de blanco y azul. El riachuelo que de ella parte, pinta la nieve con sus curvas y recurvas, y al fondo el pueblo.

A media ladera llegamos al collado que casi en línea recta nos baja al albergue. Ya la nieve desaparece, y volvemos a la hierba anegada de agua de deshielo. 

Una bonita excursión en medio de un paraje de cuento, con una muy buena compañía, en un lugar de ensueño.







































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