Desayunamos tranquilos, sin prisa terminamos las mochilas. Voy de prestado, ya que no tengo ni piolet ni crampones ni guantes, pero todo entra en la mochila. El día es agradable al salir del albergue, y así creemos que va a estar el resto de la excursión.
Un riachuelo desbordado, nos obliga a hacer funambulismos sobre las piedras para no manchar de barro las botas. Algún nevero muy abajo de la montaña ya nos viene a contar lo que habrá más arriba. Nieve hasta las ingles.
En la cima estamos apenas un momento. No hay visión, y hay que encontrar el descenso. Por supuesto no vamos a volver por el mismo camino. Bajaremos por el valle del silencio mediante un rapel de 35 m. en invierno.
Al principio despista un poco. Hay mucha acumulación de nieve en esta cara de la montaña, y tenemos que andar con cuidado. El piolet ha pasado de ir colgado de la mochila, a trabajar eficazmente en nuestra mano.
Las palas son muy empinadas, y marchamos a cierta distancia para que, en caso de que se vaya la nieve, al menos uno quede fuera. Llegamos al punto de rapel, y tenemos una buena instalación.
¿Quién habrá subido hasta aquí a colocarla?
Lo dicho, 35 m. medidos hasta volver a tocar nieve. Si hay mucha, menos metros, si hay poca, mas metros.
La laguna del Mampodre, está preciosa toda de blanco y azul. El riachuelo que de ella parte, pinta la nieve con sus curvas y recurvas, y al fondo el pueblo.
A media ladera llegamos al collado que casi en línea recta nos baja al albergue. Ya la nieve desaparece, y volvemos a la hierba anegada de agua de deshielo.
Una bonita excursión en medio de un paraje de cuento, con una muy buena compañía, en un lugar de ensueño.
Bucólica publicación. Sé de muchos que, donde nosotros reíamos de felicidad, darían la vuelra por el miedo. Será que nos hacemos mayores, de pellejo curtido, o que más miedo tiene la muerte de llevarnos que nosotros de seguirla.
ResponderEliminarBonito, pero escueto reportaje, compañero. Me quedé con ganas de leer más.
Un abrazo.
Bucólica publicación. Sé de muchos que, donde nosotros reíamos de felicidad, darían la vuelra por el miedo. Será que nos hacemos mayores, de pellejo curtido, o que más miedo tiene la muerte de llevarnos que nosotros de seguirla.
ResponderEliminarBonito, pero escueto reportaje, compañero. Me quedé con ganas de leer más.
Un abrazo.