Los III también existen. 270m. V. Peña Rueba.

 


Las ganas de aprender los secretos de la escalada son muy grandes. Ellas, dos adolescentes con ganas de aprender, tienen hambre de roca. Les atrapa la idea de poner metros bajo sus pies, y no se asustan ante la idea. Al mirar la roca, los ojos se les van, y un cierto nerviosismo se les nota en la mirada. Aunque son muy jóvenes, la amistad que tenemos se remonta a varios años atrás, cuando les intentaba enseñar a subirse por un plafón con unas cuantas presas de colores. Desde aquel entonces no han dejado de escalar, unas temporadas más y otras menos, pero demandan de vez en cuando el contacto con la roca.



Tras un corto e intenso cursillo la tarde de antes, de como asegurar a su compañera cuando escalen de primeras de cuerda y de segundas de cuerda, de sentirse seguras en las reuniones cada vez más lejos del suelo, de como llegar al final de la escalada y de volver a la paz del suelo...

Han devorado los conceptos, los nudos, las técnicas más simples, las que no dan lugar a errores, para mañana navegar en su primera vía de largos. Estudian la reseña, aprenden a leerla, a saber buscar el itinerario.





La noche, con la digestión de conceptos, ha sido larga. Llega el momento de enfrentarse a lo tan deseado.

 Un sueño está a punto de cumplirse.

Siempre bajo la mirada atenta y vigilante de que todo transcurra con la normalidad con la que tiene que transcurrir, anudan sus cuerdas, enganchan las cintas, comprueban los aparatos aseguradores, se miran entre ellas, y me miran con esa mirada de nervios que les hace sonreír. Noto como dentro de sus cabezas, hay algo que gira a una velocidad endiablada que las mantiene despiertas y centradas ante lo que tienen por delante. Una pared a veces tiesa, a veces más tiesa a la que miran con respeto. 

No con miedo. 

Con respeto. 


Comienzan un viaje como siempre habían soñado, como nunca antes habían hecho, y van resolviendo cada paso como muchas veces habían superado. Con tranquilidad, y a la vez con el nerviosismo de conseguir algo tan anhelado. No se les borra la sonrisa de la cara. A ninguna de las dos. Siguen trepando por una vía fácil, descartando el estrés de la escalada. Lo que importa de verdad es la técnica, la seguridad. Resuelven cada una su reunión, como si lo hubieran hecho muchísimas veces, traen a su compañera de cuerda y vuelven a asegurarse mientras siguen subiendo. Es un viaje a la felicidad.

Un viaje vertical a la felicidad.




Hasta llegar a la mitad del viaje. Por fin acaban las dificultades verticales, y casi no cabemos los tres en esta pequeña cima de lo enormes que se sienten. Que felicidad ahora ya sin tener que vencer a la fuerza de la gravedad que les ha acompañado en esta mitad del viaje. Ahora es cuando las risas estallan en el eco de estas paredes, y se sienten atómicas ante su hazaña. Sus primeros 270 m de camino vertical que creo que nunca olvidaran. 

La mitad del recorrido está hecha. El descenso tampoco es fácil, pero flotar de satisfacción les va a ayudar a bajar. 

Lo sé. 

Estoy flotando con ellas.


















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