Pitón Von Martín. 300 m. V/V+ (un paso). Pico Palas. Pirineos.


 El Palas por el pitón Von Martín, es una de esas aventuras que te apetece mucho, pero que con el paso de los años te va dando pereza, hasta que un día lo sueltas en medio de unas cervezas, y como un mosquito que te pica, no puedes dejar de rascarte, y esa pereza al segundo trago desaparece y te lían. 

O te lías.


El primer intento, se frustró por la cantidad y mala calidad de la nieve con la que nos peleamos. La distancia desde La Sarra, el peso a la espalda añadido al de los michelines, salir de noche después de trabajar, mal dormir unas horas sobre un ginebro,.. Varios factores mas, dejaron que nos acercáramos a verlo, y una vez quitado el papel a la piruleta, esta nos fuera arrebatada de los labios cuando solamente habíamos empezado a abrir la boca.

El regusto se quedó ahí. 

- ¡No se va a mover!, ¡Volveremos!, ¡Quédate con nuestras caras!-

Y llegó el día.

La misma cordada.

Las mismas ganas.

La misma motivación.

El mismo objetivo.



Con las últimas luces, por eso de evitar la canícula, arrancamos desde la cabaña de Soques en Portalet, camino del refugio de Arremoulit, a sabiendas de que esta en obras. Cargamos las mochilas como para aguantar toda una vida, comida, hornillos, piolet, crampones, sacos, esterillas, ropa, cuerdas, friends, cintas, mosquetones....y sudamos y sudamos camino arriba, durante tres horas que es lo que nos cuesta llegar al ibón/presa/refugio. Organizamos el vivac, y mañana será otro día.



No con la primera luz pero si con la segunda, y con las energías rebosantes recorremos el tramo que nos queda hasta situarnos enfrente del corredor que nos aúpe hasta el colladín donde vamos a comenzar a leer la reseña para intentar no perdernos en ese montón de roca, y desde ese momento comenzamos a intuir. Una cordada de tres amigos en medio de un paraje desconocido, con unas dimensiones enormes. Tan solo acertamos a descubrir un poco más de un largo de cuerda, por donde suponemos que va a ir la ruta.


Paso a paso, largo a largo descubrimos el camino. Descubrimos la roca en las yemas de los dedos y estas disfrutan de ese tacto. Los pasos no son difíciles, pero apenas hay referencias de por donde puede ser el camino. Si descubrimos un pitón lo celebramos con una fiesta, si colocamos bien un friend, nos sentimos mejor.

Miramos abajo y los ibones se alejan. Las vistas al frente siguen siendo un mar de roca, a los lados el paisaje crece y sobre nosotros el azul manda.





El temido diedro peleón bien protegido no da tanta guerra. El gendarme esconde sus presas, no le encuentras pies y solventas con un paso de hombros. Parece que las dificultades quedan atrás, pero lo más difícil llega ahora.

Resuelto el octavo largo, cuando ya solamente queda un tramo de cresta hasta llegar a la cima del Palas, cuando casi todo está a nuestro favor, el eslabón más débil de la cadena es el que la hace más fuerte. Darse la vuelta no era una opción. 

Ahora si.

Lo que queda de subida puede hacerse imposible para un cuerpo fatigado. La bajada puede llegar a ser muy dura. El buen hacer dice que este es el momento de bajarse. Para que tentar a la suerte si lo difícil, lo bonito ya está echo.

 La cima es solo la guinda del pastel. 

No importa la foto. 

Importa la cordada.

Rápeles con cuidado, con mucho tiento nos dejan en el suelo. Saludos y abrazos con los amigos que han subido el Palas por otro camino, y ahora coincidimos abajo. Vuelta a ese espolón rocoso que tanto placer nos ha dado, y poner las botas rumbo al vivac. Recoger el material que no nos habíamos subido, y refugiarnos de la tormenta enorme tormenta que nos pilla en medio de la noche.

En el Pirineo, nada es fácil, nada está cerca, nada tiene el grado que parece. 

Dijo Rebuffat, que; "la cordada es amistad"






















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