Algo más de hora y media a bordo de raquetas, para llegar frente a ella, al otro lado del río. Jabalinada. No podía ser de otra manera hasta el cauce, y después ya se empieza a intuir, por el aire frío que cae como a plomo. Impresiona la vista. Tanto hielo no habían visto mis ojos en el pirineo, desde hace muchos años. Años en los que podías encontrar en periodo invernal, paisajes así en casi cualquier rincón. Por eso aprovechamos este año, por que quizás no lo volvamos a disfrutar.
El hielo está duro, muy duro. Hay que golpearlo con fuerza, y los pies apenas agarran. Es una escalada delicada, pero desde el primero de cordada, hasta el tercero, la cascada suda, y chorrea.
Un móvil ha decidido perderse entre la nieve en un punto que ni tan siquiera nos imaginamos, así que hoy nuestro repor queda cojo, pero cuando otro se queda metido en la mochila de abajo, el repor se queda inválido. Un único móvil y además con una cámara pésima...
Tieso. Se pone muy tieso. Vertical. Muy vertical en muchos puntos, y no se deja acariciar, hay que maltratarlo para progresar. Pero a fuerza de fuerza, técnica, y experiencia, la empinada cuesta de hielo va perdiendo metros por arriba y ganándolos por debajo. Reuniones en árboles facilitan las maniobras, hasta que al último largo le vemos precariedad. Alguna ducha de nieve venteada, refresca el interior del cuerpo al entrar por ese cuello abierto en busca de refrigeración. Vaya si refrigera.
¿Qué te queda una vez que estás arriba? Bajar. Así es este entretenimiento. Subir para luego bajar, y no nos cansamos nunca de tener estas experiencias tan inútiles, y que tan a gusto nos dejan el cuerpo y la mente.
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