Turón de Neouvielle. 3.035 m.

 



Posiblemente uno de los últimos hielos pirenaicos este esperando que lo asaltemos con pinchos para subirnos por el. Eso será mañana. Los amigos, la cordada fantástica, nos reuniremos al día siguiente.

Antes de amanecer, siento la necesidad de ponerme en marcha. Mi cordada llegará después de un buen puñado de horas, y tengo que llenar ese espacio vacío. El día no ha despertado aun, y mientras preparo una cafetera, pienso que puedo meter en la mochila, si solamente quiero dar un paseo para rellenar el tiempo que queda antes de mi cita.

Subiré hasta el refugio, y ya veré.

 El día apunta soleado, así que algo de ropa de abrigo, un buen trozo de queso y un cacho de pan, crampones y un piolet, por hacer que la mochila pese, agua, y la termino de llenar con un montón de ganas. 

Esas que no falten nunca en una mochila. 

Ajusto el frontal sobre el gorro de lana, y en zapatillas dejo atrás la furgo. Las botas también van dentro de la mochila.

Siguiendo el tenue circulo de luz que baila delante de mis pies, me digo que tengo que cambiarle las pilas, y ya son muchas salidas las que me digo lo mismo. Desconozco el camino, y me aventuro por uno que quiero suponer es el que debo seguir. 

- ¡Alto!, ¡Quieto!, vuelve que te has dejado el móvil.-

Deshago mis pasos y al volver a entrar en el aparcamiento, un coche acaba de llegar y sus ocupantes se afanan en colocarse botas, mochilas, etc. Saludo y continuo hasta el otro lado del aparcamiento. Recojo el aparato y de nuevo me pongo en marcha. Al pasar de nuevo junto a los chavales les pregunto el camino para el refugio de la Glere. Casualidad, ellos también van hacia allí a buscar ese último hielo pirenaico.

El destino a veces nos juega bonitas pasadas. Juntarme con esta gente, me lleva por el buen camino, no por el que había empezado yo.

Caminamos solo con los focos de la frente, charlando, a buen ritmo, entre la negrura de la noche. La pista es muy fácil de seguir. No hay pérdida.




Un poco antes de llegar al refugio me despido de ellos. La nieve ya lo tapa casi todo. Debo calzarme las botas, y ellos me llevan ventaja en eso. Continúan su camino. Tienen una aproximación de un par de horas más todavía. 

- ¡Hasta luego, suerte, hablamos a la bajada! -

En el refugio, un par de esquiadores me cuentan cual es el Turón. Este no lo tengo tachado. El más prominente de esta zona, el Neouvielle, lo hicimos hace casi diez y ocho años por la arista de los tres consejeros. Durante todo el día, sin quitarle la vista de encima, recuerdo los buenos momentos pasados en ella con mi amigo Txetxu.

Visto el objetivo, y calculado el recorrido, comienzo un día en el que no me juntaré con nadie, pero eso todavía no lo se. 

La nieve a esta hora de la mañana, con la luz suficiente para ver, no es la más apetecible, pero se deja caminar, y hay una enorme huella echa. Solamente se trata de seguirla hasta donde me interese. Cada vez estoy mas convencido de subirme a este tres mil.

El valle es muy bonito con este adorno de nieve, de las últimas nieves que van quedando en este pirineo tan seco. Las piedras afloran por casi todos los lados. Estamos en pleno enero, y parece que estemos a finales de mayo. El cielo se va coloreando de azul, y conforme voy ganando metros de altura, la nieve se vuelve más uniforme. Los ibones están congelados, y puedo caminar tranquilamente por encima de ellos.



Saboreando el desnivel, degustando el paisaje, los metros ascendidos empiezan a pesar en mis piernas. De vez en cuando paro a respirar y dejar que el corazón se calme. Alguna foto y algun trago de agua colaboran a ello. Voy viendo el final cada vez mas cerca, pero se resiste a llegar.

La huella la he perdido hace un buen rato, y me muevo por intuición. Algunos pasos ya son problemáticos y los huecos entre las piedras me hunden  hasta la altura de la ingle. Los crampones ya pasaron de la mochila a las suelas de mis botas, asegurándome los pies en algunos tramos con hielo traicionero escondido bajo la nieve. 

Pienso que me está costando una vida llegar hasta la cima. Se nota la altura, se notan los más de diez kilómetros andados, y los mil seiscientos metros de desnivel. Pero mi meta ya está ahí. Mi meta ya esta aquí. Asomo la cabeza junto a los dos grandes hitos que coronan su cima, y ya no hay nada por arriba. Tan solo aire azul.

 Han sido cinco horas de andar casi continuo. En este momento ya no pesan las piernas y la mochila se queda junto a uno de los montones de piedras, mientras voy recorriendo con la mirada el horizonte lleno de otras cumbres, muchas de ellas reconocidas, y también muchas de ellas ya pisadas. 

Esto es el juego del monte. 

Subir hasta la cima, para luego bajar.





Distingo el Casco, la Brecha, el Taillón, los Gabietos, el Soum de Ramond o Pico Añisclo, el Monte Perdido , el Cilindro, el Marboré, La Munia, El Midi de Bigorre... mucho más lejos el Posets... Estoy en el medio de los Pirineos, y me siento realmente bien.



Como esto del monte es subir para luego bajar no quiero que se me haga tarde, y tras unos bocados de pan con queso desando mis huellas. Este camino ya lo conozco, lo he hecho yo, así que creo que no me perderé.

Todavía quedan horas de luz, y me pregunto a donde va esta gente con la que me cruzo en las inmediaciones del refugio de la Glere, con semejantes mochilones. Solamente me lo pregunto yo, a ellos no se lo pregunto. Lo que me parezca o no, es cosa mía. Pero creo que no son horas para adentrarse en este paisaje nevado. En el refugio hay gente viviendo, en la zona de invierno no hay muchos servicios, pero parece  que no les importa. Más bien creo que están pasando el finde de casa rural. 

La pista de vuelta si que pesa. Se hace más eterna que todo el día de caminar. Al final salen algo más de veinte kilómetros desde el plateau de Lienz.

Cuando llega mi cordada fantástica, el abrazo es de los buenos. Hacia tiempo que no coincidíamos los tres. Por lo menos un par de meses.

Mañana creo que el ultimo hielo pirenaico puede fundirse sin mi. 

Tres horas y media de aproximación para dos o tres largos de cuerda, no me motivan mucho. 

Hoy a sido un buen día, y mañana no me apetece penar.






















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