Agatha. 30m. 3+ a 4+. La Chalp.

 


Esta cascada no se suele formar todos los años, por lo menos en condiciones. Este año si, mira tu que suerte. Además la aproximación es muy rápida. Un cuarto de hora desde el parquin de las pistas de ski de fondo de La Chalp. Y además con huella abierta.

Cuando me pongo debajo, como soy un cagao, le busco lo más fácil y evidente para subirme por ella.

Voy controlando como puedo los temblores de mis piernas ya que me apetece mas ir de segundo que de primero....serán los años.....serán.

El caso es que me tiro adelante y doy los primeros pasos. El hielo no es el mejor, pero está bueno. Pienso que si no subo, mi compañero tampoco lo hará. Me enredo yo solo en esos y muchos más pensamientos, y de repente me doy cuenta que ya he subido  unos cuantos metros, y que bueno, ya que estoy aquí, que apriete los dientes, que libere la cabeza y que siga.... y que meta algún tornillo.



Miro insistentemente hacia arriba, vigilando los chupones que cuelgan sobre mi cabeza. si se cae alguno, me desguaza. Pero no quiero pensar en esas cosas, tengo que disfrutar de la escalada, y cada vez que golpeo el hielo con los piolets y los crampones, derrocho un montón de energía por la fuerza con la que lo hago. 

 Voy roscando tornillos y contando mentalmente los que me quedan y calculando donde los meteré, ya que si no me llegan, me cago de miedo.

Se que lo puedo escalar sin problemas, pero en mi cabeza,mis miedos, no dejan espacio a nada más. Ya tuve hace unos años una caída, inocente, sin problemas, a la amorosa nieve, y se me desarboló la cabeza y me costó mucho tiempo recuperar la confianza en mi mismo en estas escaladas.




Tengo prácticamente la cascada a mis pies. Apretando mucho los dientes, casi he conseguido llegar a la reunión. Tan solo me queda un resalte de unos dos metros de altura de hielo transparente, como si fuera a escalar un cristal rugoso. Los chupones ya me han dejado fuera de su zona de impacto. Mi compañero me está asegurando al sol. La cascada no chorrea, no corre agua por ningún sitio, y la reunión está ahí, un poco por encima de mi cabeza... Y no me atrevo a moverme. Vuelvo a colocar otro tornillo, al final me van a sobrar, y el piolet derecho lo tengo bien clavado en toda la extensión de mi brazo. Tengo que agarrarme a el, subir el pie izquierdo, patear no muy fuerte para clavar el crampón, y subirme a el para volver a clavar el otro piolet, patear con el pie derecho, y prácticamente estaré fuera, y no puedo.




Es muy frustrante no poder dar el último paso por que la cabeza no te deja.

 Respiro profundamente un par de veces, y decido ganar o perder.

Por supuesto que gano. 

He vencido a mis miedos y la reunión está en mi mano con la cuerda pasada por ella, y libre de toda la tensión antes acumulada. Me ha costado un enorme debate en el centro de mi cerebro, con todo a favor y todo en contra.

Me reúno con mi compañero, y este disfruta de la cascada con la seguridad de la cuerda por arriba.

Le damos pegues por aquí, por allá, por lo fácil y por lo vertical. 

Ahora no me cuesta escalarla por lo más vertical, lo resuelvo sin problemas, con la cuerda pegándome en la nariz.

Ahora no tengo miedo. 

Los músculos saben lo que tienen que hacer, y ni tan siquiera pienso por donde subir. Todo tieso para arriba.



































Combe de Laurichard. Open 89. 450 m. 3+.

 


- ¡Habrá una autopista para llegar!
- ¡La huella estará echa!
- ¡Incluso estará picada!, será fácil de escalar.

Con el convencimiento de estas palabras, salidas de la boca de los compañeros que más escalan, madrugamos y nos vamos hasta el Col de Lautaret, camino de La Grave. 
Buscamos desde el parquin donde pueden estar las cascadas, e intuimos que tienen que estar por allí. Quedan casi en línea, no de frente, así es que no las vemos.
Dos esquiadores ascienden lentamente a lo lejos por una huella marcada, y nos animamos pensando que también van al mismo sitio.
Calzamos los skis, y seguimos la huella.


El paquetón de nieve caído hace dos días, es impresionante. Los esquiadores de travesía, nos hacen la huella hasta un punto determinado. Las vueltas María se suceden en laderas bastante empinadas. Ellos siguen hacia el collado que queda al fondo del valle, y nosotros nos quedamos antes, donde nos creamos un nuevo camino. Nadie ha llegado hasta las cascadas de hielo, y mucho menos las han escalado.




Casi enterrados en nieve, a pesar de las tablas, llegamos a la base. Nos vestimos para el baile, y comienzo la bonita tarea de subirme por ella. Pronto me doy cuenta que no va a ser sencillo. La verticalidad no es mucha, pero bajo este hielo hay mucho aire. Los tornillos, entran en una capa de unos dos centímetros, y debajo no hay nada que les haga morder. Si golpeo un poco más fuerte el piolet, este rompe el hielo y se hunde hasta la cruz. Los pelos se me van poniendo de punta. 

Como la escalada no es difícil, sigo ganándole metros. Pincho el hielo, sacándole platos, y encuentro un buen lugar para poner un seguro. Al parecer hay bastante capa de hielo, así que saco uno de los rápidos, y lo voy roscando. El hielo se queja, pero no hay piedad, lo voy metiendo. Una especie de serrín sale por el tubo central, a veces, otras corre endiablado por la velocidad de la manivela, hasta que poco antes de llegar hasta la oreja, vuelve a morder unos centímetros, y con eso me conformo. La cabeza se da un respiro, y mis músculos algo se relajan. Un poco.




Voy buscando lo más compacto, por eso de que los pies no se cuelen dentro, y mis golpes me llevan hacia una reunión que veo por encima de mi cabeza como a unos tres metros. Intento que no me pueda el ansia por llegar y respiro hondo. 

Me auto animo, e intento relajar la cabeza.

 El pensamiento tiene que estar en escalar, no en correr.




Llamo a mi compañero, y más tranquilo y disfrutando, llega hasta mi altura. El viento viene a visitar esta parte de la montaña, y se hace acompañar del polvo de la nieve, al que arrastra. Pequeñas coladas de nieve polvo se nos quieren colar por el cuello de las chaquetas, así que tenemos que cubrirnos bien para evitar un chorro de nieve por la espalda.

Arranco el segundo largo. Un poco de campa de nieve y un resalte vertical. que observo y leo que en dos o tres pioletazos puedo superar. Al mirar para arriba, el polvo arrastrado por el aire, se pega a los cristales de las gafas. Son las gafas de ver.

Limpio como puedo con la manga los cristales, y una nueva colada, golpea mi cara. Los cristales se vuelven a llenar de nieve. Clavo con el piolet derecho, e intento con el guante volverlos a limpiar, pero esa nieve se ha solidificado, y no la puedo arrastrar del cristal, con lo cual mi visión es casi nula. Intento mirar por encima de los cristales congelados, y el viento me regala con más cristales diminutos, pero en manifestación. Ahora ya no veo ni mi objetivo.

Mi compañero de cordada, sigue mis movimientos con atención, y me pregunta que me ocurre.

 - ¡Ni te lo pienses! -

El destrepe no es difícil, y al llegar a la reunión, me quito el antifaz helado, y preparamos el rapel.



El tiempo ha pasado muy rápido, sin darnos cuenta. Apenas hemos escalado cuarenta metros de hielo. Las casi dos horas de aproximación, la hora y media larga de bajada, aparte del viaje de ida y el de vuelta casi nos obligan a llegar a casa de noche.

Ha sido una placentera experiencia de combinar esquí de montaña con escalada en hielo. Ha sido un bonito día de montaña.