PICO DE LA MIRA. 2343m. SIERRA DE GREDOS

 


Buscamos la roca. La buena roca. Buscamos más la sensación que la dureza. Más el disfrute que el grado de dificultad. Buscamos una vía de escalada, y al parecer esta se ajusta a nuestros deseos. Le metemos mano al primer largo. Recio, muy de escalar con la cabeza. Muy de mover el cacharreo, muy de escalar en casi vertical. Esta roca araña la piel, la marca allí donde se agarra, deja huella. El miedo hace sudar, casi nubla la vista. Gruesos gotones resbalan de la frente y mojan la roca seca y fría. Los músculos tensos de ayer, rezuman lactato hoy, y casi agarrotado llego a la primera reunión. Agotado. Asier y Txema llegan después, con una cuerda amiga que les protege en caso de caída. No hay miedo en sus ojos. En los de uno, hay pavor. En los del otro, temor. Uno sabe que no estará a la altura, el otro, sabe que no podrá. Reunión de majaras al sol. Decisión acertada. El suelo es más seguro que navegar por este mar de dudas e incertidumbres.


                             




Faltan horas hasta que la luna surja de nuevo entre las afiladas torres del galayar. Muchas horas de sol que queremos aprovechar. 

La Mira. El pico de La Mira. Lo más alto de estos andurriales. Aparcamos los friends, y los arneses, y con una botella de agua y los bastones, iniciamos una nueva actividad. Subir andando, navegando entre la paposa nieve hasta la cima del pico. Patinazos, hundimientos, la nieve no nos da un momento de tregua en la hora que nos cuesta la ascensión. Subida sin peligros, incómoda, y a la que le ganamos metros, a fuerza de sudor. Calienta con ganas en este lado de la montaña donde apenas corre el viento. Corre en el collado, y buscamos con la mirada, pero la autopista de huellas, nos lleva casi volando hacia arriba. Asier baja cuando seguimos subiendo. Está fuerte, está joven, está lleno de energía, y la escalada no lo ha gastado nada. Acompaña nuestros últimos pasos, y tenemos la foto de cima los tres juntos. Jugamos a adivinar los picos circundantes, y nos podemos inventar todos, ya que no conocemos ninguno.


Se disfruta del sol, de las vistas, del aire, del viento, de la compañía. De la estancia en este balcón privilegiado. Se podría decir que se ve la mitad de la península, desde estos dos mil trescientos cuarenta y tres metros de altura sobre el nivel del mar. Un mar de tierra a lo lejos salpicado por algún pantano. Se está a gusto, y lo disfrutamos. Quedan horas hasta que la luna surja de nuevo entre las afiladas torres del galayar, que ahora miramos por encima.

Cuando decidimos bajar, aprovechamos la pendiente, la nieve paposa, la nieve dura debajo de esta, y casi sin andar, deslizamos las botas hacia abajo. Esquiando sin esquís. Apenas veinte minutos nos lleva el descenso. Secamos las botas y los pantalones mientras nos abrigamos ya que el viento de la tarde, en la puerta del refugio, ha comenzado a moverse.


El día casi a acabado a la perfección. Ha sido un día aprovechado. No se ha echo larga la mañana ni la tarde. Gente ha pasado por aquí. Gente se ha quedado. Gente ha ido y se ha vuelto. Gente ha subido a beberse una cerveza. Gente solo ha paseado. Gente solo a subido y bajado.

Pasada la media tarde, ha llegado un "runner". Tan solo con zapatillas, pantaloneta corta, camiseta fina,  chaleco minimalista y perro. Ha remoloneado un rato en la puerta del refu, ha consultado el reloj cien veces, ha preguntado por la ascensión al pico de La Mira, ha deambulado otro rato, y cuando ha decidido que le daba tiempo, se ha marchado nieve hacia arriba. Lo vemos partir, a buen ritmo. Hundiéndose, patinando. Lo mismo que los otros, lo mismo que nosotros, más rápido y más ligero de ropa. Hasta que nos hemos olvidado de el. 

Hace frío en la puerta. La vista desde la terraza se va volviendo fría. Las agujas del galayar, van tomando una fría tonalidad. Al día no le queda mucho para expirar. Nos olvidamos del "runner". Habrá bajado por otro sitio. Se habrá ido por otro lado sin despedirse. La poca gente que quedaba por aquí, hace rato que se han ido para abajo. De nuevo solos, los habitantes de la pequeña casa anclada junto a las agujas de granito.

Lo vemos, baja deslizando por la nieve. No patina, literalmente se deja caer. Desde arriba. Toda la cuesta. Arrastrándose en la fría nieve paposa, que se queda pegada a su cuerpo casi desnudo, a su poca ropa empapada ya hace un rato. Apenas puede andar cuando llega a la terraza. Sara la guarda del refu, le da una toalla para que se seque, pero la hipotermia es tan grande, que apenas puede pensar. Todo su cuerpo está cubierto de nieve, que apenas se funde al contacto con su piel. Intenta llamar a su madre. Ya se ha despedido de ella hace un rato. No sabe si va a salir de esta. Está completamente congelado, desde sus pies hasta su cerebro. Tarda mucho en reaccionar a palabras tales como, - ¡Sécate..! ¡Abrígate ...! -

Se inicia el protocolo de rescate. Sara habla con el Greim. Activan el rescate. Pero ya para mañana. Es de noche y el helicóptero no vuela. Un caldo caliente y ropa seca, ayudan a que le cambie el color. Deja de tiritar. El perro, anima la estancia con sus confianzas cariñosas. Nadie habla. Solo lo miramos, y creo que pensamos lo mismo.

Dice que se ha perdido en la bajada. Que se ha equivocado en el collado. Que le han petado los cuádriceps y los gemelos. Vuelve a ser persona después de ser un témpano de hielo andante. Una cena caliente nos viene bien a todos. Hasta el perro cena. Es poca la conversación. Todos estamos en nuestros pensamientos. Alguna sonrisa se le escapa de la cara. Casi se le escapa algo más grande.

- ¡Dormiré abrazado al perro...!

- ¡No seas Rambo! Aquí tienes un saco. Es viejo pero te servirá. -

En el anecdotario de cada uno de nosotros, queda la anécdota, que terminará mañana. La sensación es para todos la misma. Habría que haberle dado con la open hand.






































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