Esta semanasanta, queremos tener un particular "viacrucis", lejos de los fastos eventos que se prodigan. La procesión va por dentro cuando arrancamos desde el aparcamiento de "la cabra", un poco más arriba del pueblo de Guisando a los pies de la sierra de Gredos. El galayar nos espera, y con la impedimenta de mas de veinte kilos a las espaldas parecemos nazarenos en penitencia, intentando ganar los ochocientos metros de desnivel que tenemos por delante hasta el refugio Víctory.
La estrategia logística nos invita a dormir a cubierto, a que nos cocinen, siempre por un precio, y ese precio es no tener que subir ni tiendas ni hornillos ni comidas. Dormir en el suelo sobre la esterilla, no cuesta nada por poder escalar en un lugar fantástico, alejado de la escalada de moda, en una roca inmejorable donde los seguros fijos no existen. Deberás colocarlos donde creas conveniente, o donde puedas, ya que la roca no te permite hacer lo que quieres. Tu eres el extraño en este paraíso, y el compromiso adquirido es enorme.
El frío nocturno deja paso al frío amanecer, y es a media mañana cuando decidimos comenzar. El sol todavía tardará un rato en llegar a la fría roca. Todo es frío, áspero, en este lugar, y me siento privilegiado de poder ascender esta hoguera de piedra. El paso por la nieve hasta la roca empapa las botas y los pantalones, y estos pesan al comenzar el baile vertical. La roca firme y el grado bajo, ayudan considerablemente. No perdemos de vista el patio que va creciendo a nuestros pies, pero la delicia de romper la piel contra este granito sólido, es un placer que no consigo explicar.
La reseña que intenta comunicar el camino, es ignorada. Las cuerdas se hacen pequeñas con el ansia de subir, y los largos se hacen pequeños cuando nos damos cuenta, de que ya no hay más altura. La roca termina y comienza el cielo. Se ha pasado demasiado deprisa. A sido demasiado corto. Como el día.
El descenso andando se hace imposible. Los destrepes tan fáciles en seco, son trampas mortales cuando la nieve se resiste a irse. Hay que improvisar un descenso a través de las cuerdas que nos lleve de nuevo al suelo. No existe esa línea. Hay que inventar. Abandonando material, ensayamos una retirada que sale bien, no podía ser de otra forma, no hay errores, la cordada está bien formada, bien compenetrada. El suelo nos acoge frío. La cantidad de nieve nos abraza y nos reboza al mínimo resbalón. Mis botas quedaron abajo. Junto a "la cabra". Ahora corro hacia abajo a buscarlas, mientras mis compañeros recogen las cuerdas. En mi alocada carrera, cruzo mis pasos con mucha gente. A mucha de esa gente, volveré a pasar en la nueva subida, en mi particular procesión de nuevo hasta la que será vivienda por unos días.
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