PEÑAS DEL PRADO. El Incidente Pi. 225 metros, V+/6a

 



Ni tan siquiera sabía que existía. 

Los colegas van a ir, así que me apunto. Debe ser una vía que han abierto hace poco, o eso es lo que creo. Como dos cordadas en la misma vía es un coñazo, dos que escalan un güebo se van a "Cirrosis", y Luiso y yo que soy el que menos escala, iremos al "Incidente pi."

La vía me motiva. Está limpia. No hay chapas. No hay reuniones montadas, así que habrá que currar.

El primer largo, es un cuarto. Una placa tumbada, con unos canalizos, bastantes agujeros, pero que no se nos olvide que es escalada en adherencia, lo que le pone un poco de picante más.

Paro donde indica la reseña, y espero a mi compañero. Los dos primeros largos los haré yo, Luiso los dos siguientes, y yo terminaré la vía. 

"Los largos duros pal mákina"

Cambiamos puntas de cuerdas, y sigo. Es un IV+, pero ya vertical.

55 metros de puro placer de escalar, gestionando los seguros, buscando el camino vertical, aprovechando las fisuras, los agujeros y la caliza rota para proteger los pasos, y siempre contando que no puedes gastar todos los seguros antes de llegar a la reunión. Allá no sabes que te va a hacer falta.

Una roca enorme, grande como un escalador espera el momento en el que pongo mis manos sobre ella y le hago presión para subir, y ella se va para abajo, y la vida pasa de repente por mi cabeza. y, y, y... El susto se queda en el cuerpo, y la roca decide quedarse un metro más abajo de donde estaba. Quizá esta mas cómoda aquí y no le gustaba su anterior emplazamiento... el sudor fluye por todos los poros, a una velocidad endiablada. Cuando cesan los temblores, sigo escalando.






La escalada no es difícil, pero si psíquica.

Para el paquete esto es escalar, y aunque sea un grado bajo, exige una gran dosis de concentración.

 Por fin encuentro tres clavos roñosos, y me fío de ellos a muerte.

Es el turno de Luiso. Un largo de V+ y otro de 6a.

Mira y remira los pasos, mira y remira las fisuras, busca en su arnés, y mete el material necesario en cada momento.

Esto no es cazar chapas por la pared. esto es auto asegurarse de que metes la pieza correcta y que esta va a funcionar en caso de caída. La roca también aporta, ya que tiene un agarre espectacular.







El paso duro de la vía lo resuelve con mucha paciencia, abrazado a la roca, jugando con el equilibrio, metiéndole goma a la roca, para que el pie quede donde tiene que ir.

Y después, asegurar al compañero con tres micros. Confianza en el hermano de cuerda. Nunca te va a dejar caer.

La salida es casi andando, III le dan. Recorrer la arista hacia el collado y enfilar la bajada.

Una bonita vía, no muy dura, a excepción del paso, donde hay que escalar y gestionar. Muy recomendable.

















Vía del Bolo. 125 m. 6a (V+/A0) Mallo Cored. Riglos

 



Mallo Cored. 

Mallos pequeños de Riglos.  Salas de juego a menudo olvidadas.

- ¡Como no son viotes...! -

- Son vías cortas, ¡de iniciación...! -

Son vías igual de recias que las de los grandes. Por supuesto que no tienen 300 m. ni tan siquiera 200 m. pero algunas con casi ciento cincuenta, te ponen en tu sitio.

Hoy vamos a por la Vía del Bolo. Nos han dicho que lo más difícil es subirse a el, que a modo de gorda verruga, inicia la vía. 

Pulido, jabonoso, desgastado, sobado.....

Si patina y tienes miedo de darte una hostia sin empezar, aceras y punto. Lo bonito viene después. Un bonito largo cotado de 6a, donde escalar a placer, donde poner los popeyes a punto de jamón, así, para empezar. 

Yo creo que desploma incluso.



Navegando por este paño y empalmando los dos primeros largos, el segundo es como un bálsamo recuperador para los brazos, tan solo cotado de V+.

Al grito de reunión, se lanzan a por la roca los colegas, y aunque ellos escalan más, vienen con la sonrisa en la boca. les han gustado los largos que me he currado.





No voy a ser egoísta, que lo que queda de vía lo escalen estos dos, ávidos de roca. Paso a ser el último de la cordada. 

El paquete se lo ha currado. Esta contento. A tenido que pelear con sus miedos, esos que están siempre escondidos en su cabeza, y que salen a ver que pasa, cuando menos se lo espera. El paquete sigue a sus amigos. Ellos pasan silbando. El paquete con las cuerdas por arriba, pasa tranquilo. Ya no tiene miedo a caer, aunque si eso ocurre le asusta, y sobre todo le jode volver a andar el camino ya andado.

Un rapel desde la sabina nos deja en la paz del suelo. Habrá que buscar nuevas vías donde intentar esconder tanto fantasma. 

Los de la cabeza, de los otros hablaremos otro día.





















Luís Villar. 350 m. 6b (V+ obl) Mallo Fire. Riglos

 


No es la dificultad de la vía. Bueno, un poco si. 

No es el sentimiento de vacío bajo los pies. Bueno, también que si.

No es la longitud de la escalada. Vale, me gustan las paredes grandes.

No es la compañía. Es super importante que la compañía sea con buenos amigos.

No son las vistas. ¡Anda que no!

¿Entonces que es?

Es andar buscando el recorrido, saber navegar en este océano vertical de piedras como patatas o como melones, que te lleve a exprimirte la cabeza, intentando imitar a los que en su día con la boina calada hasta las cejas, tuvieron la osadía de encaramarse por estas piedras sin saber como ni a donde, por que una vez que estas metido dentro la perspectiva se pierde, y buscar el camino que recorrieron con un material de aseguramiento con el que hoy ni tan siquiera nos atreveríamos a acercarnos a estas paredes.

Personalmente, es recibir un baño de humildad.

En el primer largo, no hay chapas. Los seguros son cordinos, unos más podridos que otros, algún cable de acero con un par de perrillos oxidados, y se necesita mucha paz mental. En el paso clave, si hay chapas. Ahí es donde mi colega L se cuelga. Le cuesta dar el paso de 6b, y eso que el escala bastante más grado. Yo que soy un paquete, siento como en mi cogote se me erizan los pelos, y me digo que me quedo en el suelo. La tercera pata de la cordada, J, me anima. - Vamos, que sí, que aunque sea con la cuerda muy tensa lo pasas. -

Y me zambullo en esta primera ola de roca, con una bonita panza riglera que me deja los brazos al bies en los primeros metros, y solamente acabamos de empezar.





Una corta travesía sin dificultad, con patio, y con la incertidumbre de no ver seguros, aunque está bien chapada, es uno de los largos que me toca. Más bien, que elijo. Los fáciles para paquetes como yo. Reúno a mi cordada. 

Un par de largos de dificultad muy contenida, nos siguen alejando del suelo, y acercando al cielo.

Hasta que llegamos de nuevo a las dificultades. El amigo J hace un par de pasos que más parecen de danza de rocódromo, y pasa, sin pena ni gloria. Cuando me toca, veo que no es tan difícil, pero para mi haber pasado de primero, me habría solicitado un gran esfuerzo mental. En buena armonía, con la sonrisa puesta en la cara, divirtiéndonos, gozando de la roca, del vacío, de las vistas, de las chorradas, de los chistes malos, del trago de agua, de las fotos, de nosotros mismos, de la verticalidad, del simple hecho de estar aquí, seguimos adelante.




Seguir el camino bueno ya no es tan difícil. Realmente no lo ha sido en ningún momento. La vía esta reequipada con buenos bolts, y seguir de chapa a chapa.... A0 llegado el caso... no le quitan emoción.

Una vía en la que me quito el sombrero, con la Rabadá-Navarro al lado, donde en esa si que hay que escalar de verdad, pero esta va a ser lo más cerca que pueda estar de ella. 

Si naciste "pa" paquete del cielo te caen los lazos.
















Lore Festa. 220 m. 6a (6a Obligado) Peñas de Larreñigi. EGINO

 



Le dimos vueltas a la vía. Nos daba igual una que otra. En Egino, en la zona de vías largas, una tras otra poco varían. Un poco más tiesa, un poco mas de grado, bien equipadas, casi todas, unos jardines para cruzar si quieres salir por arriba...

Vamos para la Lore Festa. Por que no la hemos hecho, por que a Aritz le toca hoy sufrir y mañana divertirse, por que es mas de agua y menos de roca, pero hoy por ti cariño, y mañana por mi. Miriam va casi flotando, ella es mas de roca pero también es de agua. Yo soy de roca. No me va el agua.

Ni tan siquiera sorteamos los largos. Hay dos 6a. Uno, el primero para mi, y el segundo para ella. Aritz ya verá. 

Ni me lo pienso, y me voy para arriba, estando bien asegurado. El primer largo es un poquito guarro, mucha tierrilla, hasta que esa tierrilla no tiene donde sujetarse ya que el suelo ahora se pone vertical. Incluso yo creo que llega a desplomar un poco. Busco presas que agarrar, y los brazos empiezan a quejarse. Tira mucho hacia atrás, y la mochila a la chepa no ayuda. Cazo un buen agujero con un invertido, y me tengo que subir al árbol. Que hace este árbol aquí? Pues más vale que está, si no, no paso. Haciendo el Tarzán, consigo encaramarme y con un poco más de trabajo de pies, esto es, colocarlos bien en su sitio y hacer fuerza, dejo la verticalidad atrás y salgo a la primera reunión. Aseguro a mis compañeros, y viene Miriam disfrutando. Aritz va tirando de resortes para ganar metros, y aunque alguno se escapa, también llega sonriente.



El siguiente, es un muro vertical de gotas de agua. Formaciones pinchudas distribuidas a lo largo de la pared, de forma que unas sirven para agarrar y otras para caerte. Sus treinta y cinco metros sirven para ponerte los popeyes a gusto. El anterior era de fuerza, y este de continuidad, de resistencia, y también lo sacamos con una sonrisa. Lo del A0, no es fácil. Está equipado para escalar, al menos un poco. Desde aquí, el grado ya baja, pero se sigue disfrutando de la roca y del ambiente, de la compañía y del precioso día que nos ha tocado en suerte.


El sol calienta sin asar, y las placas se van sucediendo en este mar de roca y verde. El suelo quedó muy abajo, y el cielo cada vez es más amplio. Los buitres pasan al lado de las otras cordadas de amigos que escalan casi al lado y de vez en cuando , nos vemos y nos oímos.

Placa a placa, fisura a fisura, agujero y roto nos sirven para buscar la salida. Los 220 m. repartidos en seis largos, nos han servido para salir de aquí, habiéndonoslo pasado muy bien. Una cordada que funciona, y que más se puede pedir. El refunfuñe se quedó muy abajo, y aunque no lo dijo hasta mucho rato después, el también se lo pasó muy bien. 

Mañana os toca agua. Yo seguiré buscando roca.





































Pico la Cruz. 2.192 m. Mampodre. Maraña. León

 



Salgo de escalar a orillas del Mediterráneo, y llego hasta Maraña.
Quiero visitar a mis buenos amigos del albergue La Parada, Carolina y Anselmo. 
Tengo un par de días antes de cumplir con una obligación en Valladolid con la buena gente del club Extraperlo. Prácticamente recorro media península. 

Llegado a Maraña, quise pasear por la Polinosa, sin agobios, sin enfangarme mucho en en la nieve, que seguro me encontraré, y Anselmo cambió mis planes. Vamos al pico la Cruz, mañana, que hace mejor tiempo.




Desayunamos tranquilos, sin prisa terminamos las mochilas. Voy de prestado, ya que no tengo ni piolet ni crampones ni guantes, pero todo entra en la mochila. El día es agradable al salir del albergue, y así creemos que va a estar el resto de la excursión.

 

Un riachuelo desbordado, nos obliga a hacer funambulismos sobre las piedras para no manchar de barro las botas. Algún nevero muy abajo de la montaña ya nos viene a contar lo que habrá más arriba. Nieve hasta las ingles.

 




Desechamos la idea de llegar hasta el fondo del valle, y nos vamos hacia la arista, donde la acumulación será menor, pero a cambio no tendremos el abrigo quedando expuestos al aire. 
Nos lo pasamos como niños con zapatos nuevos mientras el viento, que no es aire, que es viento, juega a querer tirarnos al suelo. La nieve se va convirtiendo en un frágil verglás, al que hay que patear para romper la capa de hielo, y volver a pisar nieve. Las caras nos lo dicen todo el uno al otro. La sonrisa por lo agradable de la situación indica que nos divertimos. La nube a nuestro alrededor nos impide la visión hacia el horizonte, es más, nos deja como mucho una docena de metros de visibilidad.




 En la cima estamos apenas un momento. No hay visión, y hay que encontrar el descenso. Por supuesto no vamos a volver por el mismo camino. Bajaremos por el valle del silencio mediante un rapel de 35 m. en invierno.

Al principio despista un poco. Hay mucha acumulación de nieve en esta cara de la montaña, y tenemos que andar con cuidado. El piolet ha pasado de ir colgado de la mochila, a trabajar eficazmente en nuestra mano.

Las palas son muy empinadas, y marchamos a cierta distancia para que, en caso de que se vaya la nieve, al menos uno quede fuera. Llegamos al punto de rapel, y tenemos una buena instalación. 

¿Quién habrá subido hasta aquí a colocarla?

 Lo dicho, 35 m. medidos hasta volver a tocar nieve. Si hay mucha, menos metros, si hay poca, mas metros.

La laguna del Mampodre, está preciosa toda de blanco y azul. El riachuelo que de ella parte, pinta la nieve con sus curvas y recurvas, y al fondo el pueblo.

A media ladera llegamos al collado que casi en línea recta nos baja al albergue. Ya la nieve desaparece, y volvemos a la hierba anegada de agua de deshielo. 

Una bonita excursión en medio de un paraje de cuento, con una muy buena compañía, en un lugar de ensueño.







































Pany. 240 m. IV+(V+) Peñón de Ifach. Calpe

 




Ahí está, acosado por las construcciones, con las espaldas guardadas por el mar, lleno de visitantes, y ahora también por nosotras. Queremos subirnos por su cara norte, bastante amable. 

Hace ya unos cuantos años subí también por esa cara que le guarda el mar, con una gente que, como dijo Cervantes, de cuyo nombre no quiero acordarme.

Hoy vamos a la primera vía, la original, la que fue pionera en sus paredes. La Pany. La que va buscando lo más fácil.

Una chapa por largo, y en algunos dos. Dos chapas por reunión, y el resto gestiónalo tu con tus seguros flotantes.

Tres cordadas fuimos. 

Una de dos, otra de tres, y otra de dos.




Una  medio lesión sin terminar de curar, alguien que no ha echo largos en su vida y se estrena hoy.

Los miedos necesarios en las cabezas, no son impedimento para disfrutar de esta bonita escalada, que en algunos puntos te exigen total concentración. 

Abierta en 1955, con la diferencia de los tiempos, los materiales, la información, te dan un buen baño de humildad.

Con el lógico acojono, ya que ninguna somos escaladoras de grado alto, vamos colocando nuestros cacharros, donde mejor nos parece que pueden protegernos, y estos entran a placer.

 


 El vacío que se va quedando entre los pies y el suelo motiva aún mas para seguir ascendiendo. Coincidimos en repisas y nos reímos de nosotras mismas, y al volver la vista atrás desde un reposo de la pared, se ve el vuelo entre las gaviotas y el mar.

Caras de estupefacción al llegar arriba entre los muchos paseantes que se atreven con el sinuoso sendero que asciende a la cima. Alguna foto robada con los escaladores de fondo, y las enormes vistas que nos brinda esta hermosa atalaya colgada sobre el mediterráneo.

 La mar, el mar.






























Turón de Neouvielle. 3.035 m.

 



Posiblemente uno de los últimos hielos pirenaicos este esperando que lo asaltemos con pinchos para subirnos por el. Eso será mañana. Los amigos, la cordada fantástica, nos reuniremos al día siguiente.

Antes de amanecer, siento la necesidad de ponerme en marcha. Mi cordada llegará después de un buen puñado de horas, y tengo que llenar ese espacio vacío. El día no ha despertado aun, y mientras preparo una cafetera, pienso que puedo meter en la mochila, si solamente quiero dar un paseo para rellenar el tiempo que queda antes de mi cita.

Subiré hasta el refugio, y ya veré.

 El día apunta soleado, así que algo de ropa de abrigo, un buen trozo de queso y un cacho de pan, crampones y un piolet, por hacer que la mochila pese, agua, y la termino de llenar con un montón de ganas. 

Esas que no falten nunca en una mochila. 

Ajusto el frontal sobre el gorro de lana, y en zapatillas dejo atrás la furgo. Las botas también van dentro de la mochila.

Siguiendo el tenue circulo de luz que baila delante de mis pies, me digo que tengo que cambiarle las pilas, y ya son muchas salidas las que me digo lo mismo. Desconozco el camino, y me aventuro por uno que quiero suponer es el que debo seguir. 

- ¡Alto!, ¡Quieto!, vuelve que te has dejado el móvil.-

Deshago mis pasos y al volver a entrar en el aparcamiento, un coche acaba de llegar y sus ocupantes se afanan en colocarse botas, mochilas, etc. Saludo y continuo hasta el otro lado del aparcamiento. Recojo el aparato y de nuevo me pongo en marcha. Al pasar de nuevo junto a los chavales les pregunto el camino para el refugio de la Glere. Casualidad, ellos también van hacia allí a buscar ese último hielo pirenaico.

El destino a veces nos juega bonitas pasadas. Juntarme con esta gente, me lleva por el buen camino, no por el que había empezado yo.

Caminamos solo con los focos de la frente, charlando, a buen ritmo, entre la negrura de la noche. La pista es muy fácil de seguir. No hay pérdida.




Un poco antes de llegar al refugio me despido de ellos. La nieve ya lo tapa casi todo. Debo calzarme las botas, y ellos me llevan ventaja en eso. Continúan su camino. Tienen una aproximación de un par de horas más todavía. 

- ¡Hasta luego, suerte, hablamos a la bajada! -

En el refugio, un par de esquiadores me cuentan cual es el Turón. Este no lo tengo tachado. El más prominente de esta zona, el Neouvielle, lo hicimos hace casi diez y ocho años por la arista de los tres consejeros. Durante todo el día, sin quitarle la vista de encima, recuerdo los buenos momentos pasados en ella con mi amigo Txetxu.

Visto el objetivo, y calculado el recorrido, comienzo un día en el que no me juntaré con nadie, pero eso todavía no lo se. 

La nieve a esta hora de la mañana, con la luz suficiente para ver, no es la más apetecible, pero se deja caminar, y hay una enorme huella echa. Solamente se trata de seguirla hasta donde me interese. Cada vez estoy mas convencido de subirme a este tres mil.

El valle es muy bonito con este adorno de nieve, de las últimas nieves que van quedando en este pirineo tan seco. Las piedras afloran por casi todos los lados. Estamos en pleno enero, y parece que estemos a finales de mayo. El cielo se va coloreando de azul, y conforme voy ganando metros de altura, la nieve se vuelve más uniforme. Los ibones están congelados, y puedo caminar tranquilamente por encima de ellos.



Saboreando el desnivel, degustando el paisaje, los metros ascendidos empiezan a pesar en mis piernas. De vez en cuando paro a respirar y dejar que el corazón se calme. Alguna foto y algun trago de agua colaboran a ello. Voy viendo el final cada vez mas cerca, pero se resiste a llegar.

La huella la he perdido hace un buen rato, y me muevo por intuición. Algunos pasos ya son problemáticos y los huecos entre las piedras me hunden  hasta la altura de la ingle. Los crampones ya pasaron de la mochila a las suelas de mis botas, asegurándome los pies en algunos tramos con hielo traicionero escondido bajo la nieve. 

Pienso que me está costando una vida llegar hasta la cima. Se nota la altura, se notan los más de diez kilómetros andados, y los mil seiscientos metros de desnivel. Pero mi meta ya está ahí. Mi meta ya esta aquí. Asomo la cabeza junto a los dos grandes hitos que coronan su cima, y ya no hay nada por arriba. Tan solo aire azul.

 Han sido cinco horas de andar casi continuo. En este momento ya no pesan las piernas y la mochila se queda junto a uno de los montones de piedras, mientras voy recorriendo con la mirada el horizonte lleno de otras cumbres, muchas de ellas reconocidas, y también muchas de ellas ya pisadas. 

Esto es el juego del monte. 

Subir hasta la cima, para luego bajar.





Distingo el Casco, la Brecha, el Taillón, los Gabietos, el Soum de Ramond o Pico Añisclo, el Monte Perdido , el Cilindro, el Marboré, La Munia, El Midi de Bigorre... mucho más lejos el Posets... Estoy en el medio de los Pirineos, y me siento realmente bien.



Como esto del monte es subir para luego bajar no quiero que se me haga tarde, y tras unos bocados de pan con queso desando mis huellas. Este camino ya lo conozco, lo he hecho yo, así que creo que no me perderé.

Todavía quedan horas de luz, y me pregunto a donde va esta gente con la que me cruzo en las inmediaciones del refugio de la Glere, con semejantes mochilones. Solamente me lo pregunto yo, a ellos no se lo pregunto. Lo que me parezca o no, es cosa mía. Pero creo que no son horas para adentrarse en este paisaje nevado. En el refugio hay gente viviendo, en la zona de invierno no hay muchos servicios, pero parece  que no les importa. Más bien creo que están pasando el finde de casa rural. 

La pista de vuelta si que pesa. Se hace más eterna que todo el día de caminar. Al final salen algo más de veinte kilómetros desde el plateau de Lienz.

Cuando llega mi cordada fantástica, el abrazo es de los buenos. Hacia tiempo que no coincidíamos los tres. Por lo menos un par de meses.

Mañana creo que el ultimo hielo pirenaico puede fundirse sin mi. 

Tres horas y media de aproximación para dos o tres largos de cuerda, no me motivan mucho. 

Hoy a sido un buen día, y mañana no me apetece penar.