PICO DE LA MIRA. 2343m. SIERRA DE GREDOS

 


Buscamos la roca. La buena roca. Buscamos más la sensación que la dureza. Más el disfrute que el grado de dificultad. Buscamos una vía de escalada, y al parecer esta se ajusta a nuestros deseos. Le metemos mano al primer largo. Recio, muy de escalar con la cabeza. Muy de mover el cacharreo, muy de escalar en casi vertical. Esta roca araña la piel, la marca allí donde se agarra, deja huella. El miedo hace sudar, casi nubla la vista. Gruesos gotones resbalan de la frente y mojan la roca seca y fría. Los músculos tensos de ayer, rezuman lactato hoy, y casi agarrotado llego a la primera reunión. Agotado. Asier y Txema llegan después, con una cuerda amiga que les protege en caso de caída. No hay miedo en sus ojos. En los de uno, hay pavor. En los del otro, temor. Uno sabe que no estará a la altura, el otro, sabe que no podrá. Reunión de majaras al sol. Decisión acertada. El suelo es más seguro que navegar por este mar de dudas e incertidumbres.


                             




Faltan horas hasta que la luna surja de nuevo entre las afiladas torres del galayar. Muchas horas de sol que queremos aprovechar. 

La Mira. El pico de La Mira. Lo más alto de estos andurriales. Aparcamos los friends, y los arneses, y con una botella de agua y los bastones, iniciamos una nueva actividad. Subir andando, navegando entre la paposa nieve hasta la cima del pico. Patinazos, hundimientos, la nieve no nos da un momento de tregua en la hora que nos cuesta la ascensión. Subida sin peligros, incómoda, y a la que le ganamos metros, a fuerza de sudor. Calienta con ganas en este lado de la montaña donde apenas corre el viento. Corre en el collado, y buscamos con la mirada, pero la autopista de huellas, nos lleva casi volando hacia arriba. Asier baja cuando seguimos subiendo. Está fuerte, está joven, está lleno de energía, y la escalada no lo ha gastado nada. Acompaña nuestros últimos pasos, y tenemos la foto de cima los tres juntos. Jugamos a adivinar los picos circundantes, y nos podemos inventar todos, ya que no conocemos ninguno.


Se disfruta del sol, de las vistas, del aire, del viento, de la compañía. De la estancia en este balcón privilegiado. Se podría decir que se ve la mitad de la península, desde estos dos mil trescientos cuarenta y tres metros de altura sobre el nivel del mar. Un mar de tierra a lo lejos salpicado por algún pantano. Se está a gusto, y lo disfrutamos. Quedan horas hasta que la luna surja de nuevo entre las afiladas torres del galayar, que ahora miramos por encima.

Cuando decidimos bajar, aprovechamos la pendiente, la nieve paposa, la nieve dura debajo de esta, y casi sin andar, deslizamos las botas hacia abajo. Esquiando sin esquís. Apenas veinte minutos nos lleva el descenso. Secamos las botas y los pantalones mientras nos abrigamos ya que el viento de la tarde, en la puerta del refugio, ha comenzado a moverse.


El día casi a acabado a la perfección. Ha sido un día aprovechado. No se ha echo larga la mañana ni la tarde. Gente ha pasado por aquí. Gente se ha quedado. Gente ha ido y se ha vuelto. Gente ha subido a beberse una cerveza. Gente solo ha paseado. Gente solo a subido y bajado.

Pasada la media tarde, ha llegado un "runner". Tan solo con zapatillas, pantaloneta corta, camiseta fina,  chaleco minimalista y perro. Ha remoloneado un rato en la puerta del refu, ha consultado el reloj cien veces, ha preguntado por la ascensión al pico de La Mira, ha deambulado otro rato, y cuando ha decidido que le daba tiempo, se ha marchado nieve hacia arriba. Lo vemos partir, a buen ritmo. Hundiéndose, patinando. Lo mismo que los otros, lo mismo que nosotros, más rápido y más ligero de ropa. Hasta que nos hemos olvidado de el. 

Hace frío en la puerta. La vista desde la terraza se va volviendo fría. Las agujas del galayar, van tomando una fría tonalidad. Al día no le queda mucho para expirar. Nos olvidamos del "runner". Habrá bajado por otro sitio. Se habrá ido por otro lado sin despedirse. La poca gente que quedaba por aquí, hace rato que se han ido para abajo. De nuevo solos, los habitantes de la pequeña casa anclada junto a las agujas de granito.

Lo vemos, baja deslizando por la nieve. No patina, literalmente se deja caer. Desde arriba. Toda la cuesta. Arrastrándose en la fría nieve paposa, que se queda pegada a su cuerpo casi desnudo, a su poca ropa empapada ya hace un rato. Apenas puede andar cuando llega a la terraza. Sara la guarda del refu, le da una toalla para que se seque, pero la hipotermia es tan grande, que apenas puede pensar. Todo su cuerpo está cubierto de nieve, que apenas se funde al contacto con su piel. Intenta llamar a su madre. Ya se ha despedido de ella hace un rato. No sabe si va a salir de esta. Está completamente congelado, desde sus pies hasta su cerebro. Tarda mucho en reaccionar a palabras tales como, - ¡Sécate..! ¡Abrígate ...! -

Se inicia el protocolo de rescate. Sara habla con el Greim. Activan el rescate. Pero ya para mañana. Es de noche y el helicóptero no vuela. Un caldo caliente y ropa seca, ayudan a que le cambie el color. Deja de tiritar. El perro, anima la estancia con sus confianzas cariñosas. Nadie habla. Solo lo miramos, y creo que pensamos lo mismo.

Dice que se ha perdido en la bajada. Que se ha equivocado en el collado. Que le han petado los cuádriceps y los gemelos. Vuelve a ser persona después de ser un témpano de hielo andante. Una cena caliente nos viene bien a todos. Hasta el perro cena. Es poca la conversación. Todos estamos en nuestros pensamientos. Alguna sonrisa se le escapa de la cara. Casi se le escapa algo más grande.

- ¡Dormiré abrazado al perro...!

- ¡No seas Rambo! Aquí tienes un saco. Es viejo pero te servirá. -

En el anecdotario de cada uno de nosotros, queda la anécdota, que terminará mañana. La sensación es para todos la misma. Habría que haberle dado con la open hand.






































SUR DE LA APRETURA. 120m. IV+/ V+(un paso) PEQUEÑO GALAYO. GALAYOS. SIERRA DE GREDOS

 


Esta semanasanta, queremos tener un particular "viacrucis", lejos de los fastos eventos que se prodigan. La procesión va por dentro cuando arrancamos desde el aparcamiento de "la cabra", un poco más arriba del pueblo de Guisando a los pies de la sierra de Gredos. El galayar nos espera, y con la impedimenta de mas de veinte kilos a las espaldas parecemos nazarenos en penitencia, intentando ganar los ochocientos metros de desnivel que tenemos por delante hasta el refugio Víctory.

La estrategia logística nos invita a dormir a cubierto, a que nos cocinen, siempre por un precio, y ese precio es no tener que subir ni tiendas ni hornillos ni comidas. Dormir en el suelo sobre la esterilla, no cuesta nada por poder escalar en un lugar fantástico, alejado de la escalada de moda, en una roca inmejorable donde los seguros fijos no existen. Deberás colocarlos donde creas conveniente, o donde puedas, ya que la roca no te permite hacer lo que quieres. Tu eres el extraño en este paraíso, y el compromiso adquirido es enorme.




El frío nocturno deja paso al frío amanecer, y es a media mañana cuando decidimos comenzar. El sol todavía tardará un rato en llegar a la fría roca. Todo es frío, áspero, en este lugar, y me siento privilegiado de poder ascender esta hoguera de piedra. El paso por la nieve hasta la roca empapa las botas y los pantalones, y estos pesan al comenzar el baile vertical. La roca firme y el grado bajo, ayudan considerablemente. No perdemos de vista el patio que va creciendo a nuestros pies, pero la delicia de romper la piel contra este granito sólido, es un placer que no consigo explicar.





La reseña que intenta comunicar el camino, es ignorada. Las cuerdas se hacen pequeñas con el ansia de subir, y los largos se hacen pequeños cuando nos damos cuenta, de que ya no hay más altura. La roca termina y comienza el cielo. Se ha pasado demasiado deprisa. A sido demasiado corto. Como el día. 
El descenso andando se hace imposible. Los destrepes tan fáciles en seco, son trampas mortales cuando la nieve se resiste a irse. Hay que improvisar un descenso a través de las cuerdas que nos lleve de nuevo al suelo. No existe esa línea. Hay que inventar. Abandonando material, ensayamos una retirada que sale bien, no podía ser de otra forma, no hay errores, la cordada está bien formada, bien compenetrada. El suelo nos acoge frío. La cantidad de nieve nos abraza y nos reboza al mínimo resbalón. Mis botas quedaron abajo. Junto a "la cabra". Ahora corro hacia abajo a buscarlas, mientras mis compañeros recogen las cuerdas. En mi alocada carrera, cruzo mis pasos con mucha gente. A mucha de esa gente, volveré a pasar en la nueva subida, en mi particular procesión de nuevo hasta la que será vivienda por unos días.
































LOS III TAMBIÉN EXISTEN. 250 m. V. PEÑA RUEBA



 Después de la noche oscura, el viento ha traído de nuevo la luz. Aunque parece que la quiere arrancar, y volvérsela a llevar. Tal es el ímpetu.

También trae gente, bastante, y después de perderse y encontrarse, llegan mis amigos.

El flequillo baila desatado a su ritmo. No es un buen día de escalada. Hoy toca chapón de aula.

Llegan con ansia, con hambre y se van a ir satisfechos. Cuerdas, nudos, aparatos, números, letras, formas, técnicas, argot, gestos...y un poco de acción, para que se vayan a dormir sin estallarles la cabeza. Aprender sin peligro...Una valla, es la mejor pizarra para dibujar con las cuerdas.

Mañana será el día.



Tienen pinta de haber dado muchas vueltas esta noche. Girando como trompos sin salir del saco, queriendo asimilar todo lo de ayer.                                                                                                        Llega el momento definitivo.                                                                                                                Encordarse y comenzar este baile vertical mucho más grande de lo que habían imaginado. Se atraganta de primeras, y va siendo tragado conforme pasan los pasos. Primeras reuniones y todo es un pastel todavía por formar. 



Son capaces de revolver todo, de olvidar lo inolvidable, y aplicar lo que no hay. Aún y todo, se dejan llevar y refrescan con las manos, lo que ayer aprendieron con los ojos,

El largo más "duro", se les resuelve. Interesa más que la dureza, la destreza, y ello va surgiendo. El miedo que salía de sus ojos, va dando paso a miradas de sonrisas. Con el cansancio en el cuerpo ganan mucha altura, y no es nada esta, la que ganan con los pies, comparada con la altura que lleva su alegría. Vieron antes vistas completas desde muchas veces arriba, y nunca imaginaron ver vistas parecidas con el vacío en frente.




La mirada de miedo, da paso a la mirada de la felicidad. De no creer en lo que eran capaces de hacer, sin más ayuda que un empujón, a hacer lo que no creían. La experiencia empapa los huesos molidos por el esfuerzo, y nuevas alas empiezan a surgir. Nuevos planes, nuevos retos, rondan la cabeza. Hará falta un poco de sensatez, pero el mal ya está hecho. El nuevo veneno corre por el interior del cuerpo. Desde que comienzan el descenso del vertiginoso muro al que se han subido, comienzan a llenar el cajón de los proyectos. Un nuevo horizonte se ha abierto y desean llenarlo. Como siempre, como todas las veces, todos los nuevos proyectos se sellan con una jarra bien fría. 






Ojala que todo lo aprendido, no se quede en un rincón de la memoria. Ojala que la destreza vuelva a surgir en sus manos y pies. ojala que la cabeza vea nuevos destinos. Ojala sean capaces de hacer lo que acaban de ver. Suerte amigos, mucha suerte, hay un mundo lleno de retos.






PICO LECHERINES O GARGANTA DE BORAU. 2344 m.

 


Desde la cleta.                                                                                                                                          Desde que recuerdo, siempre ha estado allí. Punto de partida de este lado.                                              Aspe, Murciélagos, Lecherines, Subterránea...                                                                                      Cerradla cuando paséis que se escapa el ganado.                                                                                         La vista desde aquí alimenta el deseo, y también marca los tiempos. La nieve queda muy lejos, el porteo de los esquís invita a la pereza y a llevar menos carga. Siempre hay un valiente.                        Las mochilas de nuevo están llenas de ilusión, aunque sea una cima sin renombre, sin medalla. El valor de esta cima, es la compañía. Hace mucho que no se disfruta de todos los que están. Podía haber más, pero sin embargo el aliento que se crea es común. Es sano. Es de amigos.                                                                                                                                        



La ruta esta marcada antes de salir. Ha sido el alimento de ese deseo de confraternizar, de sudar y jadear, de pisar nieve, con botas y tablas. Sarrios, a cientos, desvían las miradas de lo alto, viendo la vertiginosa carrera, huyendo. ¿De las miradas?  Grandes y pequeños saltando posesos de ganas de vivir, de correr, de comerse la primavera tierna, jugosa, apareciendo bajo la nieve.   




                                                                                                     

 A la sombra de los mallos la nieve es mármol. Muy dura incluso con las temperaturas diurnas. Las rampas son menos si dibujas zetas, y siempre habrá parásitos de las huellas. Quizás sea la única manera que tengan de ganar la cima. El perdón es pedido por adelantado. Las huellas se fabrican a partir de los pasos. Es el alimento del deseo por llegar a lo alto, que no a lo más alto. 


                          



  El paisaje dibuja formas entre el blanco y el azul, un tanto dolomíticas. La imaginación escapa hacia las formas rocosas e inventa tres cimas. Inventa líneas para recorrer. La vista las sigue y las eleva. El pensamiento consigue salir por arriba, y todavía falta para llegar a inundar las retinas de paisaje. En el collado se alimenta el cuerpo, y pone a prueba las ganas. Todos juntos mejor, en una fila larga que se alarga a cada paso, a cada motivación, a cada nervio templado. La cima está aquí, no, espera, está más arriba, no importa donde está la cima, quizás no sea el día o las fuerzas, o la técnica, o la culpa la tiene la nieve, o la confianza, o las suelas.      


                             

Tras la delgada línea que separa los dos abismos, esta la recompensa. Si, es la recompensa, el paisaje enorme. El momento de chocar los puños, tan de moda, de abrazos y sonrisas, de enhorabuenas y palmadas en la espalda. No olvidéis, sin foto no hay cima... y una vez vista la foto, a quien le importa. La bajada templando los nervios, la cuesta costó a la subida, bajarla no es para jugar. De nuevo se ponen en marcha todos los mecanismos al revés. El reloj lleva mucho tiempo corriendo a favor de la vida, no hay que descuidarlo ahora. No es momento, ni lugar, Y el recuerdo aparece, lo que pudo haber sido, y no fue, por suerte.  El terreno se vuelve más amable, sin descuidarlo, y el valiente del porteo se lanza en loco deslizamiento, gozando de la dureza y la blandura del manto. El resto se queda mirando, hasta que se pierde ladera abajo. Quedan muchos pasos por dar, incluso es más fácil ya. La vista atrás de vez en cuando, como para fijar distancias, como referencia a lo que falta y a lo que se ha hecho, hasta volver a la cleta. Principio y fin. ¿Fin? Quedan las recompensas a esta labor. Frías, bien frías, que los líquidos se reponen mejor. Con la garganta fresca, las sonrisas que no se habían perdido afloran de nuevo. Vuelve a ser primavera.













PICO CUYALARET 2250 m.

 



Llega la primavera. 

Dicen que es la mejor nieve para esquiar.

Quienes solamente aspiramos a no caernos mientras nos deslizamos, intentamos el ascenso a este pequeño pico, muy accesible desde el otro lado de la línea que separa el pirineo norte del pirineo sur.

Montamos el circo con los que saben, con los que pasan de patinar y siguen fieles a "lo de siempre", a caminar, y los que vamos de divinos, los paquetes.

Las cuestas arriba, siempre se ponen cuesta arriba y este penar, es agradable. Las tablas, fijadas a las botas, hacen que los pasos no se pierdan en la profundidad de la nieve. Nieve que más parece puré de patatas, ya que entre la consistencia y los polvos saharianos, le han dado un color como de mantequilla con pimentón.



Inmensa rebanada de nieve que nos comemos. Inmensa la huella que queda tras los pasos, raqueteros y deslizantes. Inmenso el paisaje detrás del horizonte. Quizás estamos en Venus, viendo el resto de planetas a nuestro alrededor. En la montaña de Mecahuenchunga, de más de diez mil metros para agitar la respiración, con los imanes en las botas de mas de veintisiete kilos, haciendo pleno contacto con la escasa gravedad venusiana, y el ritmo agitado. Todo lo agitado que se puede esperar de un ritmo      interestelar....

No es mal de altura. Son las chorradas que la falta de aliento, y el cachondeo invitan a soñar. Entre paso y paso, en el circo han aparecido los payasos, el tonto bueno, y el listo tonto. La nariz colorada es por el frío, los zapatones enormes y las ganas de dar espectáculo, llegan ahora. Bajar. El que sabe, baja. Quien anda, baja, y los paquetes comienzan un rosario de caídas, que la banda del circo ameniza desde el palco. Una tras otra, vueltas y revueltas. Frenadas a destiempo y giros sin final. Una y otra vez rebozados en nieve. Metro a metro caída tras caída, giro tras giro, los payasos acaban el descenso. Los que saben, han echado la mañana de risas, los que andan, también llegaron abajo. Los paquetes sin romperse nada, también les acompañan. Aprender a base de tortas, quizás no sea lo mejor, pero si es lo más divertido.


















L'EAU L´EAU. 300m III/4 IZAS. CANFRANC

 


Se durmió el agua en su incesante caída hacia el valle. De ese sueño nos aprovechamos muchos fanáticos del agua congelada. 

Recuerdo hace muchos años, cuando intentaba darle una vuelta más de tuerca al alpinista que dormía dentro de mi mente, que junto a dos buenos amigos, intentamos subirnos por aquel planchón de hielo  que mirábamos atemorizados desde abajo. No superamos el primer largo de cuerda. No pasamos de la primera reunión. Mucho rato estuvimos jugando sin ni tan siquiera llegar hasta ella. Probablemente, aquellas vueltas de tuerca a la dificultad, sirvieron para poder intentar llegar hoy hasta su nacimiento.

Hay cordadas por delante. Casi siempre hay cordadas por delante. Lo sabemos y no vamos a madrugar. Recuerdo entonces, hace muchos años, que bajando casi de noche después de una larga jornada de jugar en el hielo, subían cordadas a vivaquear al pie de la cascada. Hasta seis cordadas contamos en lo que nos costó llegar al coche. Todas preguntaban si eran los primeros...

Dejamos que la cordada anterior suba, y se aleje del suelo. Una cascada de hielo, por muy cuidadoso que sea el que va delante, es un tobogán donde todo lo que se cae, va a parar a tu casco, a tus hombros, o a tu cara en el peor de los casos.

Dejamos que se alejen, y cuando ya desde el pie de vía no se les ve, ni se les oye, ni aparentemente cae nada, entonces es cuando decidimos vestirnos para la danza vertical que viene a continuación.



Txema es un clásico. Botas verdes de esquí, para alcanzar la rigidez necesaria. Crampones monopunta, piolets tuneados...materiales que harían las delicias de cualquier museo de la montaña y el alpinismo, son con los que se va a pelear el primer largo. Una sucesión de gradas, entre los sesenta y los ochenta grados de inclinación, que se va a ir negociando sin prisa y sin pausa. Con la calma, y los nervios a flor de piel, pero sin dar la sensación recorre los primeros metros.

La segunda tirada, me toca. Un goulotte estrecha sin apenas hielo, difícil de proteger, donde vas pensando si subo un metro, caeré dos mas, con el cuerpo casi encajado y apoyando prácticamente un pie, el derecho, ya que el izquierdo sale a la roca y esta está pulida. Para esto dimos tantas vueltas de tuerca, para estas ocasiones, y hablando conmigo y silbando por espantar los miedos, gano metros hasta la reunión.






Asier clava los piolets, sonríe y sigue remontando. Es la tercera tirada. Una plancha de hielo compacto que le lleva a una reunión incómoda, casi colgada donde nos recoge. Aprovechando que me he puesto en el sitio correcto para salir el primero de la reunión, subo el mejor largo, para mi, de toda la cascada.

Sesenta metros de placer en hielo sorbete, estalladizo, coliflores, hielo cristal, aguado...en fin, casi todas las calidades del hielo solo para mi, con un patio considerable. Un largo muy disfrutón me dice Txema. Vaya largo más chulo, comenta Asier.


Una pequeña chimenea y salimos a una campa para afrontar el último largo. Una pared de unos ochenta metros, con un planchón de hielo enorme.

Txema se va mientras esperamos a que complete su recorrido. En el pequeño transcurso de tiempo, la cascada cobra vida, despierta. Habíamos visco correr agua por debajo del hielo en algún punto. De repente, es por toda la superficie que nos alcanza la vista. El agua a despertado y corre por todos los lados. Empapa las cuerdas, empapa nuestras ropas, empapa los guantes, gritamos como descosidos para que termine cuanto antes. Literalmente nos bañamos en agua fría. Muy fría.

Alcanzamos a la cordada que va por delante. Ya ni contamos las veces que hemos parado los cascotes de hielo con el casco.

 Cascotes... casco....


                     


Uno grande como una zapatilla, ha fijado su dirección en la mano de Txema, a la que golpea sin miramientos, y de rebote, impacta contra mi nariz y se pierde cascada abajo. El dolor es muy intenso, pero realmente me preocupo cuando comienzo a teñir de rojo el suelo helado de la reunión. Una mano inflamada, y una nariz hinchada y sangrante, dejan todas las opciones a Asier de salir por arriba. Tiene que montar reunión un poco por encima de la mitad, con tres tornillos, colgarnos los tres de ellos, y volver a salir hacia arriba. Dos largos seguidos, con el consiguiente jaleo de cuerdas, que entre gota y gota de sangre, y a medias con una mano dolorida, solventamos. Solamente me quedan ganas de salir de allí. Escalo como poseído, y si respiro por la nariz, salen burbujas rojas. Llego a la reunión, y sigo en lo que debería ser el último largo, que veo fácil y decido salir en libre, sin seguros, con la cuerda floja. Ya termina la cascada, la sangre ha parado, y mis compañeros están a punto de llegar a mi altura. Les aseguro desde un frondoso pino, y solamente queda la vuelta hasta el coche.


                                    



                                       



                                                                



                                                                   















MARIA JOSE ALLER. 550 m. D+ SIERRA DE LA PARTACÚA

 



En febrero del 2014 lo hizo por primera vez. Entonces fue un reto. Con su amigo Aitor. No se les atragantó, pero fue la época en la que estaban en pleno crecimiento.

Ya ha llovido y nevado hasta ahora. Pero sigue teniendo el mismo encanto que entonces. No gusta mucho repetir actividades, pero cada vez es completamente distinta.

Esta vez se juntan seis. Harán tres cordadas. En un momento un poco crucial, piensan que es mejor hacer dos. La B y la C. De tres personas.

Quizás el equipamiento y la técnica no es el mejor para dejar sola a una cordada. Aunque vaya arropada por las otras dos. Separan los eslabones de la cadena, y en cada cadena, meten un eslabón de los débiles, y así una cordada desaparece, la que era más frágil, y aunque "fragilizan" las otras dos, siempre se enriquecen .

El plan a, es el corredor Maribel, que arranca hacia la derecha. Cuentan hasta cinco cordadas por delante. María José Aller, hacia la izquierda, solamente tiene una , así que se deciden.

Tres por delante, y tres por detrás. Con el ánimo impaciente.

Los primeros metros, los larguísimos primeros metros, les han costado un montón de vueltas de las agujas del reloj. Está muy tieso, y es muy largo. Casi tres horas desde que salen del coche.




Llegados al primer resalte, ya encordados, el primero de la primera cordada, la B, avanza decidido. Es una pequeña rampa de hielo, tapizado de nieve muy dura. Pasa y unos metros más arriba, monta una reunión. Recoge a sus compañeros, y por fin, es el siguiente turno, el de la C. Uno de la C, prefiere el hielo a la roca, e intentando esquivar el último largo prefiere comenzar. Resalte, campa, y suben hasta la cascada de  hielo. Al llegar, otra cordada de tres, la A, intenta montar un rapel. La cascada no les ha permitido el paso, y se van por donde han venido. Casi han terminado los de la primera cordada, la B, de subirse por la cascada, cuando llega la segunda, la C. Esperan pacientes a que se vayan un poco más arriba, y el primero de nuevo ataca el hielo. Monta reunión, y recoge cuerdas.



El segundo de la C, se encarama, y casi al llegar arriba, un crampón se le parte, y cae.

Una pequeña comba y el chicleo, hacen que toque con los pies, el pie de la cascada. 

Comienza la tragedia. 

No puede escalar con un crampón. La segunda cordada, la C, no puede continuar. El tercero de la C, remonta la cascada, y avisa al primero, y entre los dos montan el primer rapel de bajada. La otra cordada, la B es informada y deciden salir por arriba.

El segundo, de la C, el caído, se ha quedado asegurado a la reunión anterior, y espera paciente. Baja el tercero y se reúne con el, a la espera de que lo haga también el primero.




El mundo se a dado vuelta. Ahora la salida está por abajo.

 La anterior cordada de tres, la A, todavía tiene a dos miembros en la cabecera del rapel. La cordada B monta un rapel, pero solamente puede llegar hasta donde la anterior está aún bajando. Paciencia. El segundo comienza a quejarse de un pie. Es más que probable, que en su vertiginoso descenso, haya tenido un mal apoyo. Desaparece la anterior cuerda , la de la A, y pueden continuar. Sin un maillón donde la cuerda ha tenido un roce importante al haber corrido los sesenta metros de la cordada anterior, la A, en la recuperación, hacen observar muy bien la maniobra. Colocan un maillón y tiran las dos puntas anudadas y la cuerda corre casi libre corredor abajo. El segundo de la B, baja rápidamente, y llega al siguiente punto de rapel, donde uno de la anterior cordada, la A, ya está bajando.



La anterior cordada, la A, tiene serias dificultades para recoger cuerdas, para montar sus autoseguros y para descender. A pesar de llevar lo último de lo último en ropa y material, se exponen demasiado al ir muy lentos, y además ralentizan a la cordada del herido, la B. Leve, pero herido. La cordada A no quiere ni oír ni hablar de bajar todos por las mismas cuerdas. No colocan maillones, precarizando más si cabe, la seguridad de los que van, y de los que puedan ir detrás de ellos. El segundo, de la B, les ayuda, colocando mosquetones para que puedan recoger mejor las cuerdas. Colabora con ellos cuando tiran del cabo equivocado, para intentar acelerar el proceso de bajada, que ya se está haciendo muy largo.

Terminada la pesadilla de los rapeles, comienza la pesadilla de descender al herido. Leve, pero herido, y con un solo crampón.  Una serie de reuniones, a sesenta metros una de la otra. Unas mejores y otras más rápidas. Crampón, patada. Crampón, patada. Crampón, patada. Con un gran sentido del sufrimiento por que no deja que se escape ni un solo "ay" , ni una sola queja, va descendiendo la cuesta. El pobre tercero, se para fatigado, por la tensión, por el daño, por no poder ver mientras baja el final de su propio calvario.





Hasta que la cuesta no cede han pasado más de cuatro horas. El día ha terminado casi por completo. La primera cordada, la B, se supone que ya ha salido por arriba, cuando se hace noche cerrada. Solamente quedan algunos cientos de metros hasta llegar de nuevo al punto de partida. Los frontales iluminan un poco por la pista helada, y los resbalones son continuos. Imagínate resbalar con un esguince, que luego resultaría ser de grado tres. El peor, el más alto, el más dañino.

No ha sido más que una nueva anécdota. Realmente podía haber sido peor, y no ha sido nada. Mañana los médicos tratarán la lesión, y en unos cuantos días, de nuevo otra vez al monte. Todos han aprendido. La cordada B, salió por arriba sin percances. Tan solo una media hora separó a las dos cordadas, la B y la C. La A, hacía muchas horas que ya se había marchado.